martes, 6 de septiembre de 2022

Albert Camus, absurdo, verano, sol, enigma, nihilismo

 ¿Dónde está el absurdo de este mundo? ¿Es este resplandor o el recuerdo de su ausencia? Conservando tanto sol en la memoria, ¿cómo pude apostar a favor de la falta de sentido? A mi alrededor todos se asombran de ello; y a veces yo mismo también me asombro. Podría replicar, y a la vez replicarme, que precisamente el sol me llevó a ello y que su luz, a fuerza de ser espesa, coagula el universo y sus formas en un deslumbramiento oscuro. Pero esto también puede expresarse de otro modo, y frente a esa claridad blanca y negra, que para mi fue siempre la de la verdad, quisiera explicar sencillamente ese absurdo que conozco demasiado para tolerar que se discurra sobre él sin matices. Hablar de ese absurdo nos llevará a la postre nuevamente al sol.


Ningún hombre puede decir lo que es. Pero ocurre que si puede decir lo que no es. En general se pretende que aquel que aún busca haya legado a una conclusión. Mil voces le anuncian ya lo que ha encontrado y, sin embargo, el que busca, bien lo sabe, no es esos. ¿Hay que seguir buscando entonces y dejar que digan lo que quieran? Desde luego, Pero de cuando en cuando es necesario defenderse. Yo no sé lo que busco. Lo nombro con prudencia, me desdigo, me repito, avanzo y retrocedo. Se me exige, sin embargo que diga los nombres, o el nombre, de una vez por todas. Entonces me encabrito. ¿Acaso no se ha perdido ya lo que se ha nombrado? He aquí al menos lo que puedo intentar decir...


Desde el momento mismo en que se afirma que todo carece de sentido, se expresa algo que tiene sentido. Negarle al mundo toda significación supone suprimir todo juicio de valor. Pero vivir, y por ejemplo alimentarse, es en sí mismo un juicio de valor. Se elige la permanencia de la vida desde el instante en que uno no se deja morir, y entonces ya se le reconoce a la vida un valor al menos relativo. 


¿Qué signitica, en suma, una literatura desesperada? La desesperación es silenciosa. El silencio mismo, a la postre, tiene un sentido si los ojos hablan. La verdadera desesperación es agonía, tumba o abismo. Si la desesperación habla, si razona, si, sobre todo, escribe, entonces el hermano nos tiende la mano, el árbol queda justificado, el amor nace. Una literatura desesperada es una contradicción en sus términos de enunciación. 


Claro es que no adolezco precisamente de optimismo. Crecí, como todos los hombres de mi edad, entre los tambores de la Primera Guerra, y nuestra historia desde entonces no ha dejado de ser crimen, injusticia o violencia. Pero el verdadero pesimismo consiste en  encarecer tanta crueldad e infamia.


Por mi parte, nunca he dejado de luchar contra ese deshonor y no odio sino a los crueles. En medio del más negro de nuestro nihilismo, solo busqué razones que permitieran superarlo. Y no lo hice, por lo demás, por virtud ni por una rara elevación del alma, sino por una fidelidad instintiva a una luz en la cual nací y en la cual, desde hace miles de años, los hombres aprendieron a celebrar la vida hasta en el sufrimiento. Esquilo es a menudo desesperante; sin embargo, irradia rayos de luz y reconforta. No es el flaco absurdo lo que encontramos en el centro de su universo, sino el enigma, es decir, un sentido que no podemos descifrar bien porque deslumbra. Del mismo modo, a los hijos indignos pero obstinadamente fieles de Grecia, que sobreviven aún en este siglo descarnado, podra parecerles insostenible el incendio de nuestra historia, pero lo soportan de todos modos, porque quieren comprenderlo. En el centro de nuestra obra, por negra que esta sea, brilla un sol inextinguible, el mismo que grita hoy a través del llano y las colinas.


París es una caverna admirable y sus hombres, viendo agitarse sus propias sombras sobre la pared del fondo, las toman por la única realidad. He ahí la extraña y fugitiva reputación que esta ciudad dispensa. Pero, lejos de París, hemos aprendido que hay una luz a nuestras espaldas, que es menester que nos volvamos, liberándonos de los lazos que nos atan, para mirarla de frente, y que nuestro cometido antes de morir consiste en intentar, a través de todas las palabras, nombrarla. Evidentemente cada artista está empeñado en buscar su propia verdad. Si es grande, su obra se le aproxima o, al menos, gravita muy cerca de ese centro, sol oculto, donde un día todo arderá. Si es mediocre, cada una de sus obras lo alejará de ese centro, y este, al estar por todas partes, hará que la luz se deshaga. Pero únicamente pueden ayudar al artista en su obstinada búsqueda aquellos que lo aman y también aquellos que, amándolo o creando ellos mismos, encuentran en su propia pasión la medida de todas las pasiones, lo cual significa que saben juzgar. 


Albert Camus

"El enigma" en

Bodas. El verano

DeBolsillo 2021