A mí siempre me habían gustado las llamadas personas filósofas, no los verdaderos filósofos que me encontraba en la vida y que, todos, nada tenían que ver con los verdaderos filósofos, siempre me había sentido repelido por su filosofia de maestro de escuela y, por tanto, por su charlatanería filosófica. No es ésta época de filósofos, todos los que hoy se llaman así son en verdad sólo falsamente y de forma totalmente engañosa así llamados y nada más que rumiantes de filosofía brutos y antisensibles totalmente ordinarios, que viven todos publicando cientos y miles de pensamientos rancios de segunda y tercera y cuarta mano, en las salas de conferencias y en el mercado editorial. No hay filósofos actuales. Pero existe la persona filósofa, yo mismo me considero una de esas personas filósofas y probablemente también la Persa era una de esas personas filósofas. Pero, naturalmente, uno de esos filósofos es también sólo una persona que filosofa.
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En el fondo, no era ella la que impedía un dialogo o aunque solo fuera una conversacion, sino yo, porque no estaba acostumbrado a estar con una persona de las llamadas intelectuales y la Persa, eso me había resultado evidente en seguida, era una de esas personas intelectuales, a diferencia de su compañero, el Suizo, que no lo era. Qué había esperado yo de ese paseo? Terminó con que, mojados los dos, en fin de cuentas también ella, hasta los huesos, volvimos a la fonda y nos sentamos en un rincón de la sala... Sin embargo, realmente no había necesidad de ninguna conversación audible entre ella y yo, porque conversábamos ya desde hacía muchísimo tiempo, aunque no con palabras expresas. Conversábamos en silencio y nuestra conversación era una de las más interesantes que puede imaginarse; palabras pronunciadas y ordenadas para ser oídas no hubieran podido tener el efecto de ese silencio. Así estuvimos más de una hora sentados en la sala, mudos, pero en un estado de ánimo agradable.
Thomas Bernhard
SÍ
(Suhrkamp Verlag 1978)
Trad. Miguel Sáenz
Primera Ed. Anagrama 1981
La comprensión llega siempre, como había tenido que reconocer en mi mente de la forma más dolorosa, demasiado tarde y sólo queda, si es que queda algo, la desesperación, o sea, la comprensión directa del hecho de que ese estado devastador y, por tanto, intelectual, sentimental y, en fin de cuentas, corporalmente devastador, surgido de pronto, no puede cambiarse ya, ni por ningún medio. La verdad es que, antes de que los Suizos aparecieran, tuve que existir durante meses en mi casa en un estado apático, en el que, la mayor parte del tiempo, nada más que la introspección era posible y no podía pensar en ningún trabajo, ni mucho menos en un trabajo cientifico, meses desde luego en los que sólo estaba despierto para la más terrible introspección, hasta agotarme por completo en esa introspección terrible. Tenía la continua necesidad de estar con otras personas, pero no ya las fuerzas para ello y, por tanto, no tenía ya ninguna posibilidad de establecer el contacto más mínimo y sólo con los mayores esfuerzos de la inteligencia y del cuerpo me había sido posible, al menos en ciertos períodos simplemente necesarios para la existencia, visitar a Moritz, pasar en casa de Moritz unas horas, lo que, sin embargo, sólo había sido posible con las mayores dificultades y siempre un acto de la autorrenuncia más extrema.
Los intelectuales caen muy aprisa en la falta de contactos cuando creen que tienen que concentrarse en un trabajo cientifico o, en general, en un trabajo intelectual, en lo que a mí se refiere. había creído que tenía que renunciar a todos los contactos por mi trabajo intelectual y había renunciado a todos poco a poco y, con mi decisión de renunciar a todos esos contactos, había ofendido a muchos y en definitiva a todos aquellos con los que alguna vez había tenido contacto, lo que, sin embargo, teniendo en cuenta siempre mi trabajo intelectual, me había sido siempre indiferente, mi proceder en relación al trabajo intelectual había sido siempre el más desconsiderado de los procederes, ya muy pronto no había tolerado la menor perturbación de mi trabajo intelectual, y, por tanto, con mis estudios científicos.
Y había creído realmente poder quedarme solo con mi trabajo científico, poder aguantar sólo con mis estudios científicos durante toda la vida y llegar solo, solamente con esos estudios científicos, a mi objetivo, lo que, sin embargo, poco a poco y de pronto con la mayor certeza, hubo de revelarse como totalmente inviable y totalmente imposible. Si, realmente había creido poder existir sólo con mi trabajo y, por tanto, solo con mi trabajo cientifico, sin nadie, mucho, muchísimo tiempo lo había creído, durante años, quizá durante decenios, hasta el momento en que había comprendido que nadie puede vivir sin nadie y solamente con su trabajo solo. Sin embargo, por lo que a mí se refiere, había llevado mi existencia demasiado lejos hacia el aislamiento, tenía que reconocer que, desde donde me encontraba, no podía ya volver. Por eso sencillamente, a partir de un momento determinado, me había resignado a no poder volver atrás.
En ese estado había existido durante años en mi casa, y tampoco había hecho ya ninguna clase de progresos, porque había renunciado a todo. Durante años, todos mis esfuerzos por volver a salir de ese estado habían fracasado. Me despertaba y despertaba en medio de un completo hastio vital. Si había iniciado algo por la mañana, había sido sólo el mecanismo siempre igual de la incapacidad vital y del vital hastio, y no habia podido pensar ya en ningún trabajo, ni el más pequeño, lo que sólo empeoraba, de día en día, mi deprimición. En lugar de poder trabajar, me sentaba durante días, durante semanas, durante meses ante mis escritos, sin poder hacer lo más minimo con ellos. Me despertaba y me daban miedo esos escritos, y daba vueltas por la casa, primero daba vueltas por arriba, luego daba vueltas por abajo, y me entregaba a actividades cada vez más totalmente inútiles, que nada más me apartaban de mi verdadero trabajo, si abusaba de esas actividades y ocupaciones en sí y de por sí por completo absurdas, no era nada más que para apartarme de mi trabajo intelectual, de mis estudios cientificos y de los escritos correspondientes, de los que, con el tiempo, tuve autentico miedo y que, poco a poco, había llevado a una buhardilla y encerrado allí, para no tener ya contacto con ellos. Solo la vista de esos escritos me daba náuseas...
Ed. Limitada Anagrama 2015