domingo, 19 de mayo de 2019

Logan Pearsall Smith, trivialidades

La extrema extrañeza de la existencia es lo que me reconcilia con ella.

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El otro día, en el metro, intenté animarme pensando en las alegrías de nuestro destino humano. Pero no había una sola que me importara un comino: ni el vino, ni la amistad, ni la comida, ni el amor, ni la conciencia de la virtud.

¿Mereció pues la pena tomar el ascensor hacia un mundo que no tenía nada menos trillado que ofrecerme?

Entonces pensé en la lectura, en la agradable y sutil alegría de la lectura. Fue suficiente esa alegría intacta pese a la edad, ese vicio civilizado e impune, esa embriaguez egoísta, serena y vitalicia.

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-Es horrible -dije-, es sencillamente horrible cómo despedazas a tus amigos.
-Pero tú también lo haces, y lo sabes. Tú analizas y analizas a las personas, y luego recompones los pedazos y los conviertes en criaturas más enteras que en la vida real.
-Exactamente -respondí con gravedad-. Si despedazo a las personas lo hago para rehacerlas mejores de lo que eran antes. Las vuelvo más reales, por así decirlo, más significativas, más esencialmente ellas mismas. Pero trocearlas como haces tú y dejar los fragmentos dispersos por el suelo, no puedo decir lo cruel y lo equivocado que eso me parece.

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Las personas que se respetan a sí mismas no temen espíar sus reflejos en espejos inesperados.
Todos los espejos son mágicos: nunca podemos ver nuestro rostro en ellos.
Los moralistas nos dicen con la expresión más llana que la inmoralidad estropeará nuestro aspecto.
No te rías de un joven por su afectación: sólo está probando un rostro tras otro hata dar con el suyo.
La mayoría de la gente vende su alma y vive de lo recaudado con la conciencia tranquila.

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Pero Dios me ve. Él conoce mi hermosa naturaleza, y qué puro me mantengo entre todo tipo de horribles tentaciones. Y, por eso, segú lo siento en mis huesos, hay una especial Providencia al Providencia que me guarda: un ángel expresamente enviado del Cielo para guiar mis pasos y librarme de todo daño. Por eso nunca me ponen la zancadilla ni me tropiezo escaleras abajo, como los demás. Por eso no me atropellan los taxis y los autobuses en los cruces. Ni con el más fuerte de los vientos pierdo jamás mi sombrero.
Y si alguna vez me amenaza uno de los grandes fenómenos o poderes cósmicos, tengo fe en que Dios lo ve. "¡Deteneos!", grita desde su Trono inefable, "no toquéis a mi elegid, mi corderillo, mi amado. ¡Dejadlo en paz, os digo!"


(Logan Pearsall Smith, 1865-1946
Trivialidades y pensamientos
Selección y traducción Gabriel Insausti
Ed. Pre-textos 2019)


sábado, 11 de mayo de 2019

Preciado, cruce, Urano, género, queer

No soy un hombre. No soy una mujer. No soy heterosexual. No soy homosexual. No soy tampoco bisexual. Soy un disidente del sistema sexo-género. Soy la multiplicidad del cosmos encerrada en un régimen epistemológico y político binario, gritando delante de ustedes. Soy un uranista en los confines del capitalismo tecnocientífico.
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Me atrevería a decir que son los procesos de cruce los que mejor permiten entender la transición política global a la que nos enfrentamos. El cambio de sexo y la migración son las dos prácticas de cruce que, al poner en cuestión la arquitectura política y legal del colonialismo patriarcal, de la diferencia sexual y del Estado-nación, sitúan a un cuerpo humano vivo en los límites de la ciudadanía e incluso de lo que entendemos por humanidad. Lo que caracteriza a ambos viajes, más allá del desplazamiento geográfico, lingüístico o corporal, es la transformación radical no solo del viajero, sino también de la comunidad humana que lo acoge o lo rechaza. El antiguo régimen (político, sexual, ecológico) criminaliza toda práctica de cruce. Pero allí donde el cruce es posible empieza a dibujarse el mapa de una nueva sociedad, con nuevas formas de producción y de reproducción de la vida.
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«Cambiar de sexo» no es, como quiere la guardia del antiguo régimen sexual, dar un salto a la psicosis. Pero tampoco es, como pretende la nueva gestión neoliberal de la diferencia sexual, un mero trámite médico-legal que puede completarse durante la pubertad para dar paso a una normalidad absoluta. Un proceso de reasignación de género en una sociedad dominada por el axioma científico-mercantil del binarismo sexual, donde los espacios sociales, laborales, afectivos, económicos o gestacionales están segmentados en términos de masculinidad o feminidad, de heterosexualidad o de homosexualidad, es cruzar la que es quizás, junto con la raza, la más violenta de las fronteras políticas inventadas por la humanidad. Cruzar es al mismo tiempo saltar una pared vertical infinita y caminar sobre una línea dibujada en el aire. Si el régimen heteropatriarcal de la diferencia sexual es la religión científica de Occidente, entonces cambiar de sexo no puede ser sino un acto herético.

Paul B. Preciado
Un apartamento en Urano
Ed. Anagrama 2019