miércoles, 12 de octubre de 2022

Thomas Bernhard, Sí

 A mí siempre me habían gustado las llamadas personas filósofas, no los verdaderos filósofos que me encontraba en la vida y que, todos, nada tenían que ver con los verdaderos filósofos, siempre me había sentido repelido por su filosofia de maestro de escuela y, por tanto, por su charlatanería filosófica. No es ésta época de filósofos, todos los que hoy se llaman así son en verdad sólo falsamente y de forma totalmente engañosa así llamados y nada más que rumiantes de filosofía brutos y antisensibles totalmente ordinarios, que viven todos publicando cientos y miles de pensamientos rancios de segunda y tercera y cuarta mano, en las salas de conferencias y en el mercado editorial. No hay filósofos actuales. Pero existe la persona filósofa, yo mismo me considero una de esas personas filósofas y probablemente también la Persa era una de esas personas filósofas. Pero, naturalmente, uno de esos filósofos es también sólo una persona que filosofa. 

...

En el fondo, no era ella la que impedía un dialogo o aunque solo fuera una conversacion, sino yo, porque no estaba acostumbrado a estar con una persona de las llamadas intelectuales y la Persa, eso me había resultado evidente en seguida, era una de esas personas intelectuales, a diferencia de su compañero, el Suizo, que no lo era. Qué había esperado yo de ese paseo? Terminó con que, mojados los dos, en fin de cuentas también ella, hasta los huesos, volvimos a la fonda y nos sentamos en un rincón de la sala... Sin embargo, realmente no había necesidad de ninguna conversación audible entre ella y yo, porque conversábamos ya desde hacía muchísimo tiempo, aunque no con palabras expresas. Conversábamos en silencio y nuestra conversación era una de las más interesantes que puede imaginarse; palabras pronunciadas y ordenadas para ser oídas no hubieran podido tener el efecto de ese silencio. Así estuvimos más de una hora sentados en la sala, mudos, pero en un estado de ánimo agradable. 


Thomas Bernhard

(Suhrkamp Verlag 1978)

Trad. Miguel Sáenz

Primera Ed. Anagrama 1981


La comprensión llega siempre, como había tenido que reconocer en mi mente de la forma más dolorosa, demasiado tarde y sólo queda, si es que queda algo, la desesperación, o sea, la comprensión directa del hecho de que ese estado devastador y, por tanto, intelectual, sentimental y, en fin de cuentas, corporalmente devastador, surgido de pronto, no puede cambiarse ya, ni por ningún medio. La verdad es que, antes de que los Suizos aparecieran, tuve que existir durante meses en mi casa en un estado apático, en el que, la mayor parte del tiempo, nada más que la introspección era posible y no podía pensar en ningún trabajo, ni mucho menos en un trabajo cientifico, meses desde luego en los que sólo estaba despierto para la más terrible introspección, hasta agotarme por completo en esa introspección terrible. Tenía la continua necesidad de estar con otras personas, pero no ya las fuerzas para ello y, por tanto, no tenía ya ninguna posibilidad de establecer el contacto más mínimo y sólo con los mayores esfuerzos de la inteligencia y del cuerpo me había sido posible, al menos en ciertos períodos simplemente necesarios para la existencia, visitar a Moritz, pasar en casa de Moritz unas horas, lo que, sin embargo, sólo había sido posible con las mayores dificultades y siempre un acto de la autorrenuncia más extrema. 

Los intelectuales caen muy aprisa en la falta de contactos cuando creen que tienen que concentrarse en un trabajo cientifico o, en general, en un trabajo intelectual, en lo que a mí se refiere. había creído que tenía que renunciar a todos los contactos por mi trabajo intelectual y había renunciado a todos poco a poco y, con mi decisión de renunciar a todos esos contactos, había ofendido a muchos y en definitiva a todos aquellos con los que alguna vez había tenido contacto, lo que, sin embargo, teniendo en cuenta siempre mi trabajo intelectual, me había sido siempre indiferente, mi proceder en relación al trabajo intelectual había sido siempre el más desconsiderado de los procederes, ya muy pronto no había tolerado la menor perturbación de mi trabajo intelectual, y, por tanto, con mis estudios científicos. 

Y había creído realmente poder quedarme solo con mi trabajo científico, poder aguantar sólo con mis estudios científicos durante toda la vida y llegar solo, solamente con esos estudios científicos, a mi objetivo, lo que, sin embargo, poco a poco y de pronto con la mayor certeza, hubo de revelarse como totalmente inviable y totalmente imposible. Si, realmente había creido poder existir sólo con mi trabajo y, por tanto, solo con mi trabajo cientifico, sin nadie, mucho, muchísimo tiempo lo había creído, durante años, quizá durante decenios, hasta el momento en que había comprendido que nadie puede vivir sin nadie y solamente con su trabajo solo. Sin embargo, por lo que a mí se refiere, había llevado mi existencia demasiado lejos hacia el aislamiento, tenía que reconocer que, desde donde me encontraba, no podía ya volver. Por eso sencillamente, a partir de un momento determinado, me había resignado a no poder volver atrás. 

En ese estado había existido durante años en mi casa, y tampoco había hecho ya ninguna clase de progresos, porque había renunciado a todo. Durante años, todos mis esfuerzos por volver a salir de ese estado habían fracasado. Me despertaba y despertaba en medio de un completo hastio vital. Si había iniciado algo por la mañana, había sido sólo el mecanismo siempre igual de la incapacidad vital y del vital hastio, y no habia podido pensar ya en ningún trabajo, ni el más pequeño, lo que sólo empeoraba, de día en día, mi deprimición. En lugar de poder trabajar, me sentaba durante días, durante semanas, durante meses ante mis escritos, sin poder hacer lo más minimo con ellos. Me despertaba y me daban miedo esos escritos, y daba vueltas por la casa, primero daba vueltas por arriba, luego daba vueltas por abajo, y me entregaba a actividades cada vez más totalmente inútiles, que nada más me apartaban de mi verdadero trabajo, si abusaba de esas actividades y ocupaciones en sí y de por sí por completo absurdas, no era nada más que para apartarme de mi trabajo intelectual, de mis estudios cientificos y de los escritos correspondientes, de los que, con el tiempo, tuve autentico miedo y que, poco a poco, había llevado a una buhardilla y encerrado allí, para no tener ya contacto con ellos. Solo la vista de esos escritos me daba náuseas...


Ed. Limitada Anagrama 2015


martes, 6 de septiembre de 2022

Albert Camus, absurdo, verano, sol, enigma, nihilismo

 ¿Dónde está el absurdo de este mundo? ¿Es este resplandor o el recuerdo de su ausencia? Conservando tanto sol en la memoria, ¿cómo pude apostar a favor de la falta de sentido? A mi alrededor todos se asombran de ello; y a veces yo mismo también me asombro. Podría replicar, y a la vez replicarme, que precisamente el sol me llevó a ello y que su luz, a fuerza de ser espesa, coagula el universo y sus formas en un deslumbramiento oscuro. Pero esto también puede expresarse de otro modo, y frente a esa claridad blanca y negra, que para mi fue siempre la de la verdad, quisiera explicar sencillamente ese absurdo que conozco demasiado para tolerar que se discurra sobre él sin matices. Hablar de ese absurdo nos llevará a la postre nuevamente al sol.


Ningún hombre puede decir lo que es. Pero ocurre que si puede decir lo que no es. En general se pretende que aquel que aún busca haya legado a una conclusión. Mil voces le anuncian ya lo que ha encontrado y, sin embargo, el que busca, bien lo sabe, no es esos. ¿Hay que seguir buscando entonces y dejar que digan lo que quieran? Desde luego, Pero de cuando en cuando es necesario defenderse. Yo no sé lo que busco. Lo nombro con prudencia, me desdigo, me repito, avanzo y retrocedo. Se me exige, sin embargo que diga los nombres, o el nombre, de una vez por todas. Entonces me encabrito. ¿Acaso no se ha perdido ya lo que se ha nombrado? He aquí al menos lo que puedo intentar decir...


Desde el momento mismo en que se afirma que todo carece de sentido, se expresa algo que tiene sentido. Negarle al mundo toda significación supone suprimir todo juicio de valor. Pero vivir, y por ejemplo alimentarse, es en sí mismo un juicio de valor. Se elige la permanencia de la vida desde el instante en que uno no se deja morir, y entonces ya se le reconoce a la vida un valor al menos relativo. 


¿Qué signitica, en suma, una literatura desesperada? La desesperación es silenciosa. El silencio mismo, a la postre, tiene un sentido si los ojos hablan. La verdadera desesperación es agonía, tumba o abismo. Si la desesperación habla, si razona, si, sobre todo, escribe, entonces el hermano nos tiende la mano, el árbol queda justificado, el amor nace. Una literatura desesperada es una contradicción en sus términos de enunciación. 


Claro es que no adolezco precisamente de optimismo. Crecí, como todos los hombres de mi edad, entre los tambores de la Primera Guerra, y nuestra historia desde entonces no ha dejado de ser crimen, injusticia o violencia. Pero el verdadero pesimismo consiste en  encarecer tanta crueldad e infamia.


Por mi parte, nunca he dejado de luchar contra ese deshonor y no odio sino a los crueles. En medio del más negro de nuestro nihilismo, solo busqué razones que permitieran superarlo. Y no lo hice, por lo demás, por virtud ni por una rara elevación del alma, sino por una fidelidad instintiva a una luz en la cual nací y en la cual, desde hace miles de años, los hombres aprendieron a celebrar la vida hasta en el sufrimiento. Esquilo es a menudo desesperante; sin embargo, irradia rayos de luz y reconforta. No es el flaco absurdo lo que encontramos en el centro de su universo, sino el enigma, es decir, un sentido que no podemos descifrar bien porque deslumbra. Del mismo modo, a los hijos indignos pero obstinadamente fieles de Grecia, que sobreviven aún en este siglo descarnado, podra parecerles insostenible el incendio de nuestra historia, pero lo soportan de todos modos, porque quieren comprenderlo. En el centro de nuestra obra, por negra que esta sea, brilla un sol inextinguible, el mismo que grita hoy a través del llano y las colinas.


París es una caverna admirable y sus hombres, viendo agitarse sus propias sombras sobre la pared del fondo, las toman por la única realidad. He ahí la extraña y fugitiva reputación que esta ciudad dispensa. Pero, lejos de París, hemos aprendido que hay una luz a nuestras espaldas, que es menester que nos volvamos, liberándonos de los lazos que nos atan, para mirarla de frente, y que nuestro cometido antes de morir consiste en intentar, a través de todas las palabras, nombrarla. Evidentemente cada artista está empeñado en buscar su propia verdad. Si es grande, su obra se le aproxima o, al menos, gravita muy cerca de ese centro, sol oculto, donde un día todo arderá. Si es mediocre, cada una de sus obras lo alejará de ese centro, y este, al estar por todas partes, hará que la luz se deshaga. Pero únicamente pueden ayudar al artista en su obstinada búsqueda aquellos que lo aman y también aquellos que, amándolo o creando ellos mismos, encuentran en su propia pasión la medida de todas las pasiones, lo cual significa que saben juzgar. 


Albert Camus

"El enigma" en

Bodas. El verano

DeBolsillo 2021