La sociedad humana primitiva ofrece mucho menos espacio a la individualidad, al pensamiento original, unico, creador, al comportamiento de la identidad singular, que la sociedad humana civilizada.
De hecho, el desarrollo de la sociedad civilizada a partir de la primitiva se debe a la liberación progresiva de la identidad individual y de su comportamiento, a los cambios y afinamiento de los procesos sociales que de ahí resultan y que fueron posibles por esa liberación»
el motor de estas modificaciones es una lucha, en la que los sujetos ininterrumpidamente tratan de ensanchar el perímetro de los derechos que se les conceden intersubjetivamente para elevar el grado de su autonomía personal; la liberación histórica de la individualidad para los dos pensadores (Hegel y Mead) constituye una prolongada lucha por el reconocimiento.
Los dos pensadores coinciden en que el potencial de la individualidad se logra históricamente por el camino de un incremento de espacios de libertad jurídicamente garantizados.
La «lucha por el reconocimiento» arranca de ideas morales en las que personalidades carismáticas supieron ensanchar el «otro generalizado» de su entorno social de acuerdo con las expectativas intuitivas de sus contemporáneos;
tan pronto como tales innovaciones intelectuales podían tener influjo en la conciencia de grandes grupos, tenía que surgir una lucha por el reconocimiento de más amplias pretensiones en cuanto al derecho, que podían poner en tela de juicio el orden institucional.
Cuanto más fuertemente consiguen los movimientos sociales llamar la atención de la opinión pública sobre la significación desdeñada de las cualidades y capacidades colectivamente representadas por ellos, tanto más pronto existe para ellos la oportunidad de elevar el valor social o la consideración de sus miembros en el seno de la sociedad.
Como además, las relaciones de la valoración social, como ya vio Georg Simmel, se acoplan con el modelo de distribución de las rentas en dinero de manera indirecta, los debates económicos también pertenecen constitutivamente a esta forma de lucha por el reconocimiento.
Mientras la forma de reconocimiento de la valoración está estamentalmente organizada, la correspondiente experiencia de distinción social sólo puede referirse a la identidad colectiva del propio grupo; las operaciones por las que el individuo puede verse reconocido están tan poco diferenciadas de las cualidades típicamente colectivas de su estamento que, no como sujeto individual, sino sólo el grupo en su conjunto puede sentirse destinatario de la valoración.
La autorreferencia práctica a la que con tal experiencia de reconocimiento pueden llegar los individuos es el sentimiento de orgullo de grupo o de honor colectivo; el individuo se sabe en ello miembro de un grupo social, capaz de llevar a cabo operaciones conjuntas, cuyo valor para la sociedad es reconocido por todos los demás.
En la relación interna de tales grupos las formas de interacción, en el caso normal, porque cada cual se sabe valorado por los otros en la misma medida, adoptan el carácter de relaciones solidarias; pues por «solidaridad», en una primera anticipación, puede entenderse un tipo de relación de interacción en el que los sujetos recíprocamente participan en sus vidas diferenciables, porque se valoran entre sí en forma simétrica.
Esta proposición aclara también que el concepto de «solidaridad» hasta ahora preferentemente se aplica a relaciones de grupos, que surgen en la experiencia de resistencia a la opresión política.
Aquí está el consenso dominante en el objetivo práctico, que súbitamente engendra un horizonte de valor intersubjetiva en el que cada uno aprende a reconocer la significación de las capacidades y cualidades del otro.
Pero hasta ahora sólo se ha esclarecido ese tipo de autorreferencia a que la valoración social permite que lleguen los individuos, mientra ésa se organiza según el modelo estamentaL Con la descrita individualízación de esta forma de reconocimiento, cambia también la relación práctica en que los sujetos entran consigo mismos; el singular ahoru debe imputar el respeto de que goza por sus operaciones según estándares socioculturales, no al todo colectivo, sino referirlo positivamente a sí mismo.
Por eso en las condiciones modificadas, la experiencia de la valoración social va unida a una seguridad sentida de poder realizar operaciones o de poseer capacidades que son reconocidas por los demás miembros de la sociedad como «valiosas».
Tal tipo de autorrelación práctica, para la que normalmente existe la expresión de «sentimiento del propio valor», podemos denominarla, paralelamente, con los conceptos de «autoconfianza» o de «autorrespeto», «autoestima».
En esa medida, cada miembro de la sociedad se desplaza a valorarse de este modo a sí mismo, por lo que puede hablarse de una situación postradicional de solidaridad social (vease el esquema de la p. 159- ABAJO en ilustración)
AXEL HONNETH
LA LUCHA POR EL RECONOCIMIENTO
Ed. Crítica 1997
LA LUCHA POR EL RECONOCIMIENTO
Ed. Crítica 1997
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