sábado, 15 de junio de 2019

SEFERIS, BONNEFOY, ... Y ASINÉ

SEFERIS: EL REY DE ASINÉ
("y Asiné..." Ilíada II, 560)
Toda la mañana bordeamos la acrópolis
primero del lado de la sombra, donde el mar
verde y sin destellos, como un pavor real muerto,
nos acogió bajo un tiempo sin fallas.
Las venas de la roca bqjaban de lo alto,
desnudas cepas retorcidas, animadas por
el roce del agua, y el ojo mientras las seguía
luchaba por escapar del vaivén fastidioso
perdiendo fuerza a cada instante.

Del lado del sol una playa abierta, enorme,
y la luz pulía diamantes en las altas murallas.
Ninguna criatura viva, ni siquiera las torcazas,
ni el rey de Asiné,
a quien buscamos desde hace dos años,
desconocido, olvidado de todos, también por Homero,
tan sólo una palabra -y aún incierta- en la Ilíada.
arrojada allí como una máscara de oro funeraria.

La tocaste, ¿recuerdas su sonido? Hueco en la luz
como tinaja vacía en la tierra excavada;
y el mismo ruido del mar en nuestros remos.
El rey de Asiné un vacío bajo la máscara,
y en todas partes con nosotros,
junto a nosotros siempre bajo un nombre:
«Y Asiné ... y Asiné ... »
Y sus hijos, estatuas,
y sus anhelos, aleteos de pájaros, y el viento
en el espacio de sus cavilaciones, y sus naves
fondeadas en un puerto invisible;
bajo la máscara, un vacío.

Tras los ojos enormes, los labios curvados, los bucles
en relieve sobre la tapadera de oro de nuestra existencia,
un punto oscuro viaja como un pez
en la paz de alta mar y de la aurora, y lo ves:
un vacío que ya no nos abandona más.
Y el pájaro que voló con el ala quebrada,
el invierno pasado, albergue de la vida,
y la joven mujer que partió a jugar
en los colmillos del verano,
y el alma que llorando buscó el averno
y el país como la gran hoja de plátano
que arrastra el torrente del sol
con las ruinas de antaño y la tristeza de hoy.

Y el poeta se retrasa mirando las piedras y preguntándose
¿acaso existe
entre estas líneas despedazadas, estas crestas,
estos picos, estas puntas convexas, cóncavas?;
¿acaso existe
allá donde se cruzan las rutas
de la lluvia, del viento y la erosión?,
¿existe el movimiento del rostro,
la silueta de la ternura
de aquellos que extrañamente
se fueron borrando de nuestras vidas,
de aquellos que se quedaron, como sombras de olas y
pensamientos en la infinitud del mar?

O quizá no, no queda nada sino tan sólo el peso,
la nostalgia del peso de una existencia viva,
allí donde permanecemos ahora,
sin sustancia e inclinándonos
como las ramas del sauce siniestro
apretadas en la larga desesperación
mientras que la corriente amarilla arrastra
lentamente los juncos arrancados del barro,
imagen de un rostro pétreo
con la certeza de una amargura eterna.
El poeta, un vacío.
El sol ascendía, combatía con su escudo
y del fondo de la gruta un murciélago asustado
golpeó contra la luz como la flecha en un escudo:
« y Asiné ... y Asiné ... ».
¿No era él, entonces, el rey de Asiné
que con tanto esmero buscamos en esta acrópolis
rozando a veces con nuestros dedos,
las piedras que él mismo pudo tocar?


Yorgos Seferis
Asiné, verano de 1938
Atenas, enero de 1940.
(Versión de Arturo Carrera
sobre la traducción francesa
de Jacques Lacarrière)

Esta lectura del gran poema tiene un lado por el que se esconde al lector e incluso excede -desborda por el porvenir -lo que se juega en su escritura: ese «nosotros» que hace alusión a dos seres en una vida que comparten, evidentemente, dado que aquel día desembarcaron juntos en la península, y juntos partieron después de una misma experiencia.

El rey de Asiné tiene algo de carta, pensaba yo. Se inscribe en un intercambio, un diálogo. Hay incluso la intención de profundizar ese diálogo, ya que el murciélago asustado y salido de la gruta revela en ésta la noche, el abismo, y marca así que hay en la vida psíquica, de modo semejante, un trasfondo de deseos inconscientes y de imágenes fantasmáticas que podrá y deberá ser tenido en cuenta en el debate de los dos seres.

No olvidemos que el poema fue escrito en los años mismos en que el pensamiento psicoanalítico acababa de mostrar la importancia del inconsciente en el seno de la relación afectiva; por otra parte, también en los años en que Freud fue perseguido en Viena, señal de la pugnacidad de las fuerzas nocivas que es preciso combatir.

En verdad, el proyecto de aportar claridad a ese «nosotros » -que es uno de los lugares de la seriedad de la existencia, ahora que lo divino se retira -se inscribe entonces naturalmente en el programa de aquellos, hombres y mujeres, que se movilizan por la supervivencia del espíritu.

Ahora bien, esta tarea, este gran deber, no hay duda que Seferis lo conoce, se puede pensar incluso que hizo alusión a él por medio de la puesta en escena fundamental de su viaje hacia Asiné. Y si al final del texto el pensamiento parece puesto en suspenso por el brusco empuje de la tristeza, los escritos que siguieron nos muestran hoy claramente que ese trabajo pronto fue retomado, asegurándole a los poemas de Seferis de posguerra caracteres que afirman la profundidad y constituyen, incluso, algo excepcional.

En efecto, es impresionante la obra de Seferis entre tantos poemas de nuestra época que se deslizan por la superficie del habla sin querer comprender que el espíritu no se reduce al discurso de la subjetividad encerrada en sus falsas evidencias; y que no podemos alcanzarlo sino apoyándonos en la existencia vivida, allí donde es cuestionado por las exigencias de ésta, allí donde debe encarnarse.

El autor del Diario de a bordo no es de los que plantan sobre las torres de un lirismo fácil las oriflamas del eros, practicado de manera directa o indirecta pero siempre en la soledad del yo, supuesta devolución legítima por la belleza de las palabras. Sus poemas son un intercambio llevado a cabo con algunos allegado o propuestos a otras personas pudiendo así 
volverse allegados, en una relación que propicia su libertad.

Seferis comprendió profundamente y muy pronto que el devenir del espíritu pasaba por la evolución, la revolución, de la relación del yo y del otro, y que esta búsqueda tenía una de sus vías principales en la creación poética.
...
Por qué, algunos años más tarde, Seferis experimenta en Seleucia, en presencia de lo que le había ocurrido a una civilización del pasado, el sentimiento del « invigorating emptiness »? Porque había aprendido en su trabajo de poeta desde El rey de Asiné, que es debajo de todas las formas de las que se reviste a través de los siglos la hipótesis metafisica, dicho de otro modo, en las relaciones entre personas, las más directas, las más simples, como pueden descubrirse -semejantes a ese gran río, aquí o allá, interrumpido por bancos de arena, y en sus orillas un canto obstinado de pequeña flauta- la verdadera energía, la verdadera lucidez, las verdaderas razones de buscar en la vida un poco de sentido y recompensa.
YVES BONNEFOY
EL NOMBRE DEL REY DE ASINÉ
(traducción de Arturo Carrera)
Ed. Huesos de jibia, Buenos Aires, 2010


No hay comentarios:

Publicar un comentario