viernes, 8 de septiembre de 2023

PODER DE LA TERNURA, Anne Dufourmantelle, Cahterine Malabou

 Es muy raro que un libro de filosofía adopte la forma del tema del que habla: convertirse en sustancia cuando aborda la materia, en geometría cuando aborda la superficie, o incluso impacientarse cuando aborda el tiempo. El PODER DE LA TERNURA logra la increíble hazaña de ser un libro tierno. De ser un libro "sobre" la ternura escrito "por" la ternura misma: un libro donde la ternura es simultáneamente sujeto y objeto.


Había que permitir que la ternura encontrara su propia voz, que la inventara, ya que, como explica con gran claridad Anne Dufourmantelle, la ternura nunca está dada. Lo que significa principalmente que no existe como concepto filosófico. No existe una definición al respecto. ¿Qué es la ternura? Ningún pensador ha considerado jamás la cuestión temáticamente.

Por tanto, aquí debe presentarse la ternura a sí misma. Pero como la rígida determinación conceptual no le conviene, la ternua aparece gradualmente a través de una serie de cuadros que le dan forma. De hecho, nos sorprende descubrir una escritura pictórica. En efecto, somos testigos, maravillados, de una escritura que es pictórica.

Jardines, animales, una niña jugando con figuras navideñas, un "cárdigan color albaricoque", "alas de mariposa enroscadas dentro de su capullo"... Normalmente un artista dibuja antes de pintar; esta vez es el dibujo el que emerge de la pintura. A lo largo del camino, poco a poco, la ternura va tomando forma, existe, por fin se hace pensable.

Decir que la gentileza no está dada significa también que se cultiva, que no es "natural", aunque la naturaleza puede ser tierna. Que es una virtud. E incluso se podría decir que una vez finalizado el recorrido lector, la ternura aparece como fundamento mismo de la ética, por lo que "atacar la ternura es un crimen incalificable".

¿Qué es entonces la ternura y qué nos dice? ¡El título lo dice todo! Los capítulos de los cuadros revelan que en realidad la ternura, aunque no es un concepto, aunque no es una fuerza, es sin embargo una noción poderosa. Tiene varios nombres y varias características en todos los idiomas y todas las culturas. "En latín dulcis significa todas las ternuras posibles y "suavitas" describe al mismo Dios". En griego se encuentran las palabras proates y praüs, que la Vulgata traduce como ácaros, pobres y mansos: "Bienaventurados los mansos, porque ellos heredarán la tierra", como se lee en las Bienaventuranzas. "En hebreo la ternura se expresa como 'navah' y denota a alguien que es humilde, bajo." Continuamos este viaje con los Vedas a través de la resistencia no violenta de Gandhi -uno de los cuadros más bellos del libro, donde se ve al Mahatma en diálogo con sus tres grandes interlocutores, Tolstoi, Ruskin y Thoreau.

La luz compartida por todos estos cuadros y todos estos contextos es la de lo sagrado. No me refiero a los religiosos. La ternura es "un atributo de Dios" antes que un valor humano, pero se puede aprender, adquirir y no venerar como a una divinidad lejana. Frente a esta luz, con una riqueza y una profusión inesperada -quién hubiera podido creer que la ternura fuera tan fecunda- de múltiples motivos políticos y morales: justicia, perdón, paz, generosidad, escucha.

Pero al comienzo surge la pregunta sobre lo opuesto a la ternura ¿Qué es? La respuesta es clara: la violencia, la guerra, el crimen, la masacre, el genocidio... Pero uno de los puntos más sorprendentes del libro es el argumento de que el verdadero enemigo de la ternur es... la ternura. Una falsa ternura, esa pasividad que se nos vende a través técnica comercial New Age, de relajación o de un uso escesivo del significado de "zen". Esta ternura que una no siente y que es otro nombre para la indiferencia hacia la auténtica ternura. "La ternura vende. Está puesta ante nosotros en todas sus formas, en todas partes, constantemente. Es un argumento económico pagado a cuenta de algo que no tiene nada que ver con ella". O más tarde: la ternura también está dividida en dos por los órganos de control socioeconómico. En el lado carnal, está bastardeada hasta convertirla en tontería. En el lado espiritual, en pociones new age y otros métodos que compiten para hacernos creer que basta con creer en ellos para que todo funcione. Las teorías de auto-ayuda y búsqueda de la felicidad participan a pesar de sí mismas en este gran mercado del "bienestar" que se niega a entrar en la negatividad, la confusión y el miedo como elementos humanos esenciales, paralizando tanto el futuro como el presente.

¡Qué análisis tan revelador!

¿Pero significa esto que la verdadera ternura contiene un elemento de negatividad? Así es, de hecho, y ahí radica el meollo del problema: la ternura tiene su propia dialéctica. No la dialéctica que aplasta, sino la dialéctica que enfrenta todos los matices de lo amable, matices que pueden desvanecerse hasta convertirse en negro. Porque si las caricias, los juegos eróticos, los cuerpos de los niños, el pelo, el vientre de los gatos... son suaves y tiernos, la renuncia del moribundo que se deja llevar también lo es. Hay ternura en la despedida de la vida, en la "desconexión, la ilusión de la desconexión total", en el abandono, en el duelo, en la renuncia.

Nos gustaría poder presentar aquí todas las referencias artísticas que sustentan pictóricamente lo filosófico. La literatura, Tolstoi, Melville, Hugo (una maravillosa lectura de El hombre que ríe), el cine (Dolce Vita), la pintura misma (Rembrandt, Giotto).... Cada cuadro es una sorpresa y una celebración de la mente y de los sentidos. (“como si nuestros sentidos estuvieran en carne viva”).

¿Qué sabemos entonces al final de este viaje inagotable sobre lo que es la ternura? Porque ésta era la pregunta... Bueno, la ternura no es exactamente bondad, no es exactamente el bien, no es exactamente la generosidad, no es exactamente el gusto de azúcar (dulce), no es exactamente la calidad del terciopelo, no es exactamente un sonido de baja intensidad (música tranquila, pedal suave), no es exactamente lo clandestino (dejar a escondidas). Es todo esto simultáneamente sin que ninguno de estos elementos sea más que el otro.

Este brillo conceptual está a la altura de su ambición. El PODER DE LA TERNURA es un texto importante que nos enseña, nos consuela, también nos inquieta, que en todo caso nos toca, siempre, en cada momento. De este libro tan dedicado a la fragilidad, el lector emerge, y es indiscutible, mucho más fuerte.

CATHERINE MALABOU (dcha. imágen)
prólogo a 
EL PODER DE LA TERNURA 
de Anne Dufourmantelle (izqda. imágen)



miércoles, 12 de octubre de 2022

Thomas Bernhard, Sí

 A mí siempre me habían gustado las llamadas personas filósofas, no los verdaderos filósofos que me encontraba en la vida y que, todos, nada tenían que ver con los verdaderos filósofos, siempre me había sentido repelido por su filosofia de maestro de escuela y, por tanto, por su charlatanería filosófica. No es ésta época de filósofos, todos los que hoy se llaman así son en verdad sólo falsamente y de forma totalmente engañosa así llamados y nada más que rumiantes de filosofía brutos y antisensibles totalmente ordinarios, que viven todos publicando cientos y miles de pensamientos rancios de segunda y tercera y cuarta mano, en las salas de conferencias y en el mercado editorial. No hay filósofos actuales. Pero existe la persona filósofa, yo mismo me considero una de esas personas filósofas y probablemente también la Persa era una de esas personas filósofas. Pero, naturalmente, uno de esos filósofos es también sólo una persona que filosofa. 

...

En el fondo, no era ella la que impedía un dialogo o aunque solo fuera una conversacion, sino yo, porque no estaba acostumbrado a estar con una persona de las llamadas intelectuales y la Persa, eso me había resultado evidente en seguida, era una de esas personas intelectuales, a diferencia de su compañero, el Suizo, que no lo era. Qué había esperado yo de ese paseo? Terminó con que, mojados los dos, en fin de cuentas también ella, hasta los huesos, volvimos a la fonda y nos sentamos en un rincón de la sala... Sin embargo, realmente no había necesidad de ninguna conversación audible entre ella y yo, porque conversábamos ya desde hacía muchísimo tiempo, aunque no con palabras expresas. Conversábamos en silencio y nuestra conversación era una de las más interesantes que puede imaginarse; palabras pronunciadas y ordenadas para ser oídas no hubieran podido tener el efecto de ese silencio. Así estuvimos más de una hora sentados en la sala, mudos, pero en un estado de ánimo agradable. 


Thomas Bernhard

(Suhrkamp Verlag 1978)

Trad. Miguel Sáenz

Primera Ed. Anagrama 1981


La comprensión llega siempre, como había tenido que reconocer en mi mente de la forma más dolorosa, demasiado tarde y sólo queda, si es que queda algo, la desesperación, o sea, la comprensión directa del hecho de que ese estado devastador y, por tanto, intelectual, sentimental y, en fin de cuentas, corporalmente devastador, surgido de pronto, no puede cambiarse ya, ni por ningún medio. La verdad es que, antes de que los Suizos aparecieran, tuve que existir durante meses en mi casa en un estado apático, en el que, la mayor parte del tiempo, nada más que la introspección era posible y no podía pensar en ningún trabajo, ni mucho menos en un trabajo cientifico, meses desde luego en los que sólo estaba despierto para la más terrible introspección, hasta agotarme por completo en esa introspección terrible. Tenía la continua necesidad de estar con otras personas, pero no ya las fuerzas para ello y, por tanto, no tenía ya ninguna posibilidad de establecer el contacto más mínimo y sólo con los mayores esfuerzos de la inteligencia y del cuerpo me había sido posible, al menos en ciertos períodos simplemente necesarios para la existencia, visitar a Moritz, pasar en casa de Moritz unas horas, lo que, sin embargo, sólo había sido posible con las mayores dificultades y siempre un acto de la autorrenuncia más extrema. 

Los intelectuales caen muy aprisa en la falta de contactos cuando creen que tienen que concentrarse en un trabajo cientifico o, en general, en un trabajo intelectual, en lo que a mí se refiere. había creído que tenía que renunciar a todos los contactos por mi trabajo intelectual y había renunciado a todos poco a poco y, con mi decisión de renunciar a todos esos contactos, había ofendido a muchos y en definitiva a todos aquellos con los que alguna vez había tenido contacto, lo que, sin embargo, teniendo en cuenta siempre mi trabajo intelectual, me había sido siempre indiferente, mi proceder en relación al trabajo intelectual había sido siempre el más desconsiderado de los procederes, ya muy pronto no había tolerado la menor perturbación de mi trabajo intelectual, y, por tanto, con mis estudios científicos. 

Y había creído realmente poder quedarme solo con mi trabajo científico, poder aguantar sólo con mis estudios científicos durante toda la vida y llegar solo, solamente con esos estudios científicos, a mi objetivo, lo que, sin embargo, poco a poco y de pronto con la mayor certeza, hubo de revelarse como totalmente inviable y totalmente imposible. Si, realmente había creido poder existir sólo con mi trabajo y, por tanto, solo con mi trabajo cientifico, sin nadie, mucho, muchísimo tiempo lo había creído, durante años, quizá durante decenios, hasta el momento en que había comprendido que nadie puede vivir sin nadie y solamente con su trabajo solo. Sin embargo, por lo que a mí se refiere, había llevado mi existencia demasiado lejos hacia el aislamiento, tenía que reconocer que, desde donde me encontraba, no podía ya volver. Por eso sencillamente, a partir de un momento determinado, me había resignado a no poder volver atrás. 

En ese estado había existido durante años en mi casa, y tampoco había hecho ya ninguna clase de progresos, porque había renunciado a todo. Durante años, todos mis esfuerzos por volver a salir de ese estado habían fracasado. Me despertaba y despertaba en medio de un completo hastio vital. Si había iniciado algo por la mañana, había sido sólo el mecanismo siempre igual de la incapacidad vital y del vital hastio, y no habia podido pensar ya en ningún trabajo, ni el más pequeño, lo que sólo empeoraba, de día en día, mi deprimición. En lugar de poder trabajar, me sentaba durante días, durante semanas, durante meses ante mis escritos, sin poder hacer lo más minimo con ellos. Me despertaba y me daban miedo esos escritos, y daba vueltas por la casa, primero daba vueltas por arriba, luego daba vueltas por abajo, y me entregaba a actividades cada vez más totalmente inútiles, que nada más me apartaban de mi verdadero trabajo, si abusaba de esas actividades y ocupaciones en sí y de por sí por completo absurdas, no era nada más que para apartarme de mi trabajo intelectual, de mis estudios cientificos y de los escritos correspondientes, de los que, con el tiempo, tuve autentico miedo y que, poco a poco, había llevado a una buhardilla y encerrado allí, para no tener ya contacto con ellos. Solo la vista de esos escritos me daba náuseas...


Ed. Limitada Anagrama 2015