Entre el poder de los iguales y el de la gente "competente" para gobernar siempre puede haber disputas, negociaciones y compromisos. Pero tras ellos queda el abismo de la relación no negociable entre la lógica de la igualdad y la de la desigualdad. Es por ello que las revueltas siguen aún a medio camino, para gran disgusto y satisfacción de los entendidos que las declaran condenadas al fracaso por carecer de "estrategia". Pero una estrategia no es más que una manera de administrar los golpes en el seno de un mundo dado. No hay estrategia que enseñe cómo colmar el abismo abierto entre dos mundos. "Iremos hasta el final" decimos en cada ocasión. Pero este final del camino no se identifica con ningún fin determinado, sobre todo desde que los Estados llamados comunistas ahogaron en sangre y fango la esperanza revolucionaria. Es tal vez así como hay que entender el eslogan de 1968: "No es más que un comienzo, la lucha continúa" ["Ce n’est qu’un début, continuons le combat"]. Los comienzos no alcanzan su fin. Se quedan en el camino. Lo cual quiere decir también que no dejan de reanudarse una y otra vez, incluso si eso significa cambiar de actores. Es el realismo –inexplicable– de la revuelta el que pide lo imposible. Porque lo posible ya está tomado. Es la fórmula misma del poder: no alternative. (Ranciere)
https://www.eldiario.es/interferencias/chalecos_amarillos-jacques_ranciere_6_865873419.html
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