Podría concebirse el romanticismo como el descubrimiento de que lo cotidiano es un logro excepcional. Llámese el logro de lo humano.
Piénsese en el espectáculo de quienes son como Rousseau, Thoreau, Kierkegaard, Tolstoy y Witgenstein, yendo por ahí con la esperanza de ser ordinarios, predicando lo cotidiano como paraje de lo sublime!
¡Sólo la demencia de su egotismo, la monstrousidad del mismo, exige tales guaridas de alivio!
¡Sólo los pecadores anhelan tanto la santidad!
Si cabe decir que Rousseau ha descubierto el hecho de la niñez en el desarrollo humano, y Wordswort la pérdida de la niñez, entonces cabe decir que el romanticismo en general ha descubierto el hecho de la adolescencia, la tarea de elegir ser adulto, junto con la imposibilidad de esa tarea.
La necesidad de la tarea estriba en la elección de la finitud, que para nosotros (incluso después de Dios) significa el reconocimiento de la existencia de otros finitos, a saber la elección de la comunidad, de la moral autónoma.
La imposibilidad radica en las opciones de comunidad que han dejado los anteriores adultos, opciones que nadie podría querer, no de todo corazón.
Pero los románticos sueñan revoluciones, y se rompen el corazón.
Y es así como adolescentes y adultos concuerdan en este punto: que hacerse adulto es crecer desde tus sueños.
Stanley Cavell
Reivindicaciones de la razón
Ed. Síntesis 2003
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