El empirismo no ve que tenemos necesidad de saber aquello que buscamos, pues de otro modo no lo buscaríamos; y el intelectualismo no ve que tenemos necesidad de ignorar lo que buscamos, pues de otro modo, una vez más, tampoco lo buscaríamos.
Ambos concuerdan en que ni el uno ni el otro capta la consciencia en acto de aprender, no toman en cuenta esta ignorancia circunscrita, esta intención aún «vacía», pero ya determinada, que es la atención.
Tanto si la atención obtiene lo que busca gracias a un milagro renovado, como si lo posee de antemano, en ambos casos se pasa por alto la constitución del objeto.
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Pese a las intenciones del intelectualismo, ambas doctrinas tienen pues en común esta idea de que la atención no crea nada, como sea que tanto un mundo de impresiones en sí como un universo de pensamiento determinante se sustraen, por igual, a la acción del espíritu.
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La atención supone, en principio, una transformación del campo mental, una nueva manera, para la consciencia, de estar presente ante sus objetos.
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La primera operación de la atención es, pues, la de crearse un campo, perceptivo o mental, que uno pueda «dominar» (Ueberschauen), en el que unos movimientos del órgano explorador, las evoluciones del pensamiento, sean posibles sin que la consciencia pierda sucesivamente sus adquisiciones y se pierda a sí misma en las transformaciones por ella provocadas.
La posición precisa del punto tocado será la invariante de los sentimientos diversos que del mismo tengo según la orientación de mis miembros y mi cuerpo, el acto de atención puede fijar y objetivar esta invariante porque se ha situado a distancia respecto de los cambios de la apariencia.
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Prestar atención no es únicamente clarificar más unos datos preexistentes, es realizar en los mismos una nueva articulación a base de tomarlos por figuras.
Estos datos no están preformados más que como horizontes, constituyen en verdad nuevas regiones del mundo total. Es precisamente la estructura original que aportan aquello que pone de manifiesto la identidad del objeto antes y después del acto de atención.
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Se trata aquí, literalmente, de una creación.
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El milagro de la consciencia estriba en poner de manifiesto, mediante la atención, unos fenómenos que restablecen la unidad del objeto en una nueva dimensión en el momento en que los mismos fenómenos la rompen.
El milagro de la consciencia estriba en poner de manifiesto, mediante la atención, unos fenómenos que restablecen la unidad del objeto en una nueva dimensión en el momento en que los mismos fenómenos la rompen.
Así la atención no es ni una asociación de imágenes, ni un retorno hacia sí de un pensamiento que ya es maestro de sus objetos, sino la constitución activa de un objeto nuevo que explicita y tematiza lo que hasta entonces solamente se ofrecía a título de horizonte indeterminado.
Al mismo tiempo que pone en marcha la atención, el objeto es, a cada instante, captado y puesto de nuevo bajo su dependencia. Nada más suscita el «acontecimiento cognoscente» que lo transformará, gracias al sentido todavía ambiguo que, para que éste lo determine, él le ofrece, hasta el punto de ser él su «motivo», no su causa.
Pero, al menos, el acto de atención se encuentra arraigado en la vida de la consciencia, y se comprende que salga de su libertad de indiferencia para darse un objeto actual. Este paso de lo indeterminado a lo determinado, esta prosecución, a cada instante, de su propia historia en la unidad de un sentido nuevo, es el mismísimo pensamiento.
Maurice Merleau-Ponty
FENOMENOLOGÍA DE LA PERCEPCIÓN
FENOMENOLOGÍA DE LA PERCEPCIÓN
Trad. Jem Cabanes
Eds. original Galimard 1945
Ed. Planeta - De Agostini 1984
Eds. original Galimard 1945
Ed. Planeta - De Agostini 1984
(Ilustra The World, 1958, de Remedios Varo)
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