miércoles, 11 de septiembre de 2019

sigue (3) Blanchot EL HABLA COTIDIANA (PARECE SIN SUJETO: EL HOMBRE CUALQUIERA)

(Aborda la serie el sujeto, su ausencia, su anonimato, como "hombre cualquiera", nulo, sin trascendencia) 

Lo cotidiano se escapa. ¿por qué escapa? Porque no tiene sujeto. Cuando vivo lo cotidiano, es el hombre cualquiera quien lo vive, y el hombre cualquiera no es propiamente hablando yo ni propiamente hablando el otro, no es ni uno ni otro, y es uno y otro en su presencia intercambiable, su irreciprocidad anulada, sin que, por eso, haya aquí un «Yo» y un «alter ego» que puedan dar lugar a un reconocimiento dialéctico.

No pasa nada, tal es lo cotidiano, pero ¿cuál es el sentido de este movimiento inmóvil? ¿En qué ámbito se sitúa ese «no pasa nada»? ¿Para quién «no pasa nada», si, para mí, necesariamente siempre pasa algo? En otros términos, ¿cuál es el «Quién» de lo cotidiano? Y, al mismo tiempo, ¿por qué, en ese «no pasa nada», reside la afirmación de que algo esencial estaría admitido que pasara?

Al mismo tiempo, lo cotidiano no pertenece a lo objetivo: vivirlo como aquello que podría vivirse mediante una serie de actos técnicos separados (representados por la aspiradora, la lavadora, el refrigerador, el aparato de radio, el automóvil) es sustituir por una suma de acciones parciales esta presencia indefinida, ese movimiento unido ( que, sin embargo, no es un todo) por el cual estamos continuamente, aunque en el modo de la discontinuidad, en relación con el conjunto indeterminado de las posibilidades humanas.

Lo cotidiano es el movimiento por el cual el hombre se retiene como sin saberlo en el anonimato humano. En lo cotidiano, no tenemos nombre, poca realidad personal, apenas una figura, del mismo modo que no tenemos determinación social para sostenernos o encerrarnos: ciertamente, yo trabajo cotidianamente, pero, en lo cotidiano, no soy un trabajador que pertenezca a la clase de los que trabajan; lo cotidiano del trabajo tiende a retirarme de esa pertenencia a la colectividad del trabajo que funda su verdad, lo cotidiano disuelve las estructuras y deshace las formas, aunque formándose de nuevo sin cesar por detrás de la forma que insensiblemente ha arruinado.

Naturalmente, lo cotidiano, puesto que no puede asumirlo un sujeto verdadero (cuestionando incluso la noción de sujeto), tiende sin cesar a entorpecerse en cosas.
El hombre cualquiera se presenta como el hombre medio para quien todo se aprecia en términos de sentido común. Lo cotidiano entonces es el medio donde, como lo observa Lefebvre, alienaciones, fetichismos, cosificaciones producen todos sus efectos.

Quien, trabajando, no tiene más vida que lo cotidiano de la vida, es también aquel para quien lo cotidiano es lo más pesado; Pero si se queja de ello, se queja del peso de lo cotidiano en la existencia, y al punto se le contesta:"lo cotidiano es lo mismo para todos", como el Danton de Büchner: "no hay apenas esperanza de que esto cambie nunca".

No hay que dudar de la esencia peligrosa de lo cotidiano, ni de aquel malestar que nos embarga, cada vez que, por un salto imprevisible, nos apartamos de ello y, manteniéndonos frente a ello, descubrimos que nada preciso nos hace frente: «¿Cómo? ¿ Es esto la vida cotidiana?»

No sólo no habría que dudar de ella, sino que no hay que temerla, más bien habría que intentar rescatar la secreta capacidad destructora que está allí en juego, la fuerza corrosiva del anonimato humano, el desgaste infinito.

El héroe, a pesar de ser un hombre de valor, es aquel que le tiene miedo a lo cotidiano y lo teme, no porque tema vivir allí demasiado a sus anchas, sino porque teme confrontar lo más temible: un poder de disolución. Lo cotidiano recusa los valores heroicos, pero sucede que recusa todavía más todos los valores y la idea misma de valor, arruinando siempre de nuevo la diferencia abusiva entre autenticidad e inautenticidad.

La indiferencia periodística se sitúa en un ámbito donde la cuestión del valor no se plantea: hay lo cotidiano (sin sujeto, sin objeto) y mientras lo hay, el «él» cotidiano no tiene por qué valer y si el valor, pese a ello, pretende intervenir, entonces «él» no vale «nada», y «nada » vale en contacto con «él».

Vivir la experiencia de la cotidianeidad es ponerse a prueba del nihilismo radical que es como su esencia y por el cual, en el vacío que lo anima, no deja de contener el principio de su propia crítica.

Maurice Blanchot
LA CONVERSACIÓN INFINITA
(Cap. El habla cotidiana)
Arena Libros 2008
(origen Eds. Gallimard 1969)

(Las magníficas viñetas de El Roto
se comentan solas y sus vertientes
metafóricas son tantas que iluminan
los pasos de esta serie de interés
filosófico-sociológico con 50 años)


No hay comentarios:

Publicar un comentario