martes, 10 de septiembre de 2019

sigue (2) Blanchot EL HABLA COTIDIANA (MIRÓN DE IMÁGENES: ADORMECIMIENTO FRENTE A LOS MEDIOS MASIVOS DE INFORMACIÓN)

(siguiendo la serie de este HABLA COTIDIANA ahora se aborda otro tema crucial que también sorprende ya anunciado hace 50 años)

Sean cuales fueren sus aspectos, lo cotidiano tiene este rasgo esencial: no se deja aprehender.

Se escapa, pertenece a la insignificancia, Y lo insignificante carece de verdad, de realidad, de secreto, pero es quizá también el lugar de toda significación posible. Lo cotidiano se escapa. En esto es en lo que es extraño, lo familiar que se descubre (pero ya se disipa) bajo las especies de lo sorprendente.

Es lo desapercibido, en el sentido en que la mirada siempre lo ha sobrepasado siempre y tampoco puede introducirlo en un conjunto o pasarle revista, es decir, encerrarlo en una visión panorámica; puesto que, por otro rasgo distinto, lo cotidiano es lo que no vemos nunca por primera vez, sino que sólo podemos volverlo a ver, ya siempre merced a una ilusión que es precisamente constitutiva de lo cotidiano.

De allí la exigencia -aparentemente risible, aparentemente inconsecuent, pero necesaria- que nos lleva a buscar un conocimiento de lo cotidiano siempre más inmediato.
Henri Lefebvre habla del Gran Pleonasmo.

Queremos estar al corriente de todo lo que sucede en el mismo instante en que sucede. En nuestras pantallas, en nuestros oídos, no sólo se inscriben sin retraso las imágenes de los acontecimientos y las palabras que los trasmiten, sino que, en resumidas cuentas, no hay más acontecimiento que ese movimiento de trasmisión universal: «reinado de una tautología enorme».

Los inconvenientes de semejante vida pública e inmediatamente exhibida se observan ahora. Los medios de comunicación -lenguaje, cultura, poder imaginativo-, a fuerza de ser considerados tan sólo como medios, se desgastan y pierden su fuerza mediadora. Creemos conocer las cosas inmediatamente sin imágenes y sin palabras, Y en realidad sólo tenemos tratos con una prolijidad machacante que no dice nada ni muestra nada.

¡Cuántas personas encienden su aparato de radio y salen de la habitación, satisfechas con ese ruido lejano y suficiente! ¿Es esto absurdo? De ningún modo. Lo esencial no es que tal hombre se exprese y tal otro escuche, sino que, al no hablar ni escuchar a nadie en particular, haya no obstante habla y algo así como una promesa indefinida de comunicar, garantizada por el vaivén incesante de las palabras solitarias.

Es posible decir que, en esa tentativa para rescatar lo cotidiano en el ámbito de lo cotidiano, éste pierde toda fuerza de alcance: lo cotidiano ya no es lo que se vive, sino lo que se mira o se muestra, espectáculo y descripción, sin ninguna relación activa.

Se nos ofrece el mundo entero, pero en el modo de la mirada. Estamos exentos de la preocupación por los acontecimientos, porque hemos puesto en su imagen una mirada interesada, después simplemente curiosa, después vacía pero fascinada.

¿A santo de qué participar de una manifestación en la calle, puesto que en el mismo momento, en medio del reposo y la seguridad, gracias a un aparato de televisión, asistiremos a su manifestación misma, allí donde, producida-reproducida, se ofrece ante nuestra vista en su conjunto, haciéndonos creer que sólo tiene lugar para que seamos sus testigos superiores?

La práctica es sustituida por el pseudoconocimiento de una mirada irresponsable; el movimiento del concepto, que es una tarea y una obra, por la diversión de una contemplación superficial, despreocupada y satisfecha.

El hombre, bien protegido entre las cuatro paredes de su existencia familiar, deja venir hasta él el mundo sin peligro, con la certeza de que no ser cambiado en nada por lo que ve y escucha. 

La «despolitización» está ligada a ese movimiento. Y el hombre de gobierno que teme la calle, porque el hombre de la calle siempre siempre está a punto de convertirse en hombre político, se alegra de no ser más que un empresario de espectáculos, diestro en adormecer en nosotros al ciudadano para mantener despierto, en la semisombra de una semisomnolencia, tan sólo al infatigable mirón de imágenes.

Pese al desarrollo masivo de los medios de comunicación, lo cotidiano se escapa. Esa es su definición. Sólo podemos dejarlo escapar, si lo buscamos por el conocimiento, pues pertenece a una región donde todavía no hay nada que conocer, del mismo modo que es anterior a toda relación, si siempre ha sido dicho, al mismo tiempo que sigue estando informulado, es decir, más acá de toda información.

Maurice Blanchot
LA CONVERSACIÓN INFINITA
(Cap. El habla cotidiana)
Arena Libros 2008
(original Eds. Gallimard 1969)

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