Cicerón decía que había en el lenguaje una musicalidad latente que penetraba el alma más allá de la significación. Puro BRASMOS. Como un viejo bramido de pura emotividad que trasportaría a los hombres a partir de la parte más íntima de sus lenguas.
Para nombrar sin demasiadas pretensiones el pensamiento llamemosle la REUNIÓN. El pensamiento es lo que reúne a los ausentes, las palabras, los argumentos, las impresiones, los recuerdos, las imágenes.
Así como la reunión supone la unión, el pensamiento supone la madre. Para nombrar la madre decimos la atadora. Donde se encuenta la SEIREN. Vieja sirena que se desliza en el seno de un viejo canto continuo. Sonoro senil que premastica la lengua como la boca ancestral premastica la comida que va a regurgitar sobre los labios de los más recientes para permitirles sobrevivir.
La música en este caso, una vez abandonado el mundo del agua y su penumbra, una vez que el humano ha emergido chorreante sobre la orilla pulmonada, en el sol del nacimiento, se vuelve una apostasía del lenguaje que será adquirido progresivamente en el mundo externo y su respiración.
Es a partir de este desacuerdo entre latido cardíaco (RYTHMOS) y canto pulmonado (MELOS) que algo intenta seguirse, tensarse, distenderse, dejarse, volver, armonizarse.
La música vuelve a sumergir el cuerpo en el continente sonoro en el que se movía. Se balancea y baila y busca reunirse con al vieja rítmica acuosa de las olas.
La música atrae a su oyente a la existencia que precede al nacimiento, que precede a la respiración, que precede al grito, que precede la espiración, que precede la posibilidad de hablar.
De este modo la música se hunde en la existencia originaria.
PASCAL QUIGNARD
BUTES
Ed. Sextopiso 2012. pags. 56-58.
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