jueves, 8 de agosto de 2019

Lispector, nosotros que os somos

Pero si junto al fuego se había creado, en ese momento se usaba: ahora acababa de alcanzar la impersonalidad con la que un hombre, al caer, se levanta otro. La impersonalidad de morir cuando otros nacen. El altruismo de que existan los otros. «Nosotros que os somos. Qué cosa más extraña: hasta ahora me parecía que quería alcanzar con la última punta de mi dedo la misma última punta de mi dedo; es verdad que este esfuerzo me ha hecho crecer, pero la punta de mi dedo ha continuado siendo inalcanzable. He llegado hasta donde he podido. Pero ¿cómo no he comprendido que aquello que no alcanzo en mí... ya son los otros? Los otros que son nuestra más profunda inmersión. Nosotros que os somos como vosotros mismos no os sois».

Así, muy concentrado en el parto de los otros, en un trabajo que solo él podía hacer, Martim estaba allí intentando ser un solo cuerpo con los que nacerán.

Lentamente salió por fin de su quietud. «Cuento con vosotros», se dijo tanteando, «cuento con vosotros», pensó serio, y esa era la forma más personal de exigir. Nosotros que, como el dinero, solo tenemos valor cuando estamos enteros. Martim tuvo incluso vergüenza de haber sido personal de otro modo, era un pasado sucio el suyo, había sido una vida individual, la suya. 

Pero le pareció también, perdonándose, que no había tenido elección: que aquella había sido la única manera como había sabido ser los otros, ya que somos tan parecidos y somos hijos de la misma madre.

Entonces, cuando pensó en «hijos de la misma madre», se puso sentimental, tierno y blando, lo que en la práctica resultó ser malo porque desvió el curso de sus pensamientos. «Ahora tengo que empezar otra vez desde el principio», pensó muy molesto. Pero ahora ya era tarde para volver a la frialdad, porque estaba emocionado con los problemas de madre y de amor.

Entonces, haciendo dentro de sus límites un círculo perfecto –y su suerte al poder volver por medios oscuros a su propio punto de partida era rara–, en un círculo perfecto dentro de sus escasos límites, quiso entonces ser bueno. Porque, finalmente, aplazando sine die el misterio, esa era la hora inmediata de un hombre. Y sobre todo porque, después de todo, «el otro hombre» es el pensamiento más objetivo que uno puede tener, él, que tanto había querido ser objetivo.

Miró. Y sin la menor sombra de duda, vio a los cuatro hombres concretos. Eran innegables. Si Martim había querido un día la objetividad, aquellos hombres eran el pensamiento más nítido que había tenido nunca.

Y ser «bueno» era a fin de cuentas el único modo de ser los otros.

Clarice Lispector
LA MANZANA EN LA OSCURIDAD
Trad. Elena Losada
Ed. Siruela 2016

(ilustración:
composición propia,
"piedra rota, cardos, cuaderno"
agosto 2019)

1 comentario:

  1. bonita composición....y quien soy yo ? si no puedo defender mi identidad.Gracias por la exposición que ayuda a reflexionar,en la buena intención.

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