En su biblioteca poseía ciento sesenta libros. Tallaba cristales para lentes astronómicos y para los tubos de los microscopios. Sus gastos diarios eran de cuatro centavos y medio. Su comida consistía en una sopa de leche aderezada con mantequilla y un vaso de cerveza. Compraba cada mes el valor de diez medias pintas de vino. Desde el alba trabajaba en su mesa. Sobre cada pieza que separaba, manipulando su diamante, del disco de hierro, un fragmento de rayo de luz jugueteaba.
Van Roojien añade que cuando el sol caía, amontonaba el polvo que se había dispersado alrededor de la pieza recortada; lo recogía en su palma e iba a botarlo a la basura. Encendía una vela y meditaba. Fumaba pipa una vez por día y a esa hora un amigo aparecía y gustoso iniciaba con él una partida de ajedrez. Le gustaban los combates de las arañas en el interior de una caja.
Nuestra vida consume algo de eterno. El goce es un mismo estremecimiento para todos y por siempre. Nuestras piernas son tan ligeras y desnudas. El estimaba que nosotros, al nacer, habíamos sido asociados al presente y a la beatitud activa.
Decía:
"Hacemos parte de la felicidad, de la actualidad eterna. Usen las palabras que quieran. Todo es de una misma materia efervescente y responde a una misma resaca. Dios no implica ni propósito ni logro.
El alma y el cuerpo son indistintos. Dios, la vida, el universo, la naturalez.a, el pensamiento, el deseo no se desengranan. Un rayo de la claridad que se derrama de la masa del sol, un órgano que cuelga y que el deseo hincha, un eucalipto,
Saturno, los labios arremangados sobre los incisivos amarillos de los tigres, un laúd, el vaso de cerveza fermentado, Descartes, la Spui, el recuerdo de Clara María Van Enden son una sola y misma cosa.
Somos fragmentos del reino de lo viviente. La usura del mundo, la perversión del lenguaje, el caos de las tiranías se presentan y la dificultad del pensamiento para hacer reinar este reino es más grande.
Así el pensamiento es tan dificil como raro."
La palabra que se ha acostumbrado a traducir por dificil es praeclarus; lo que quiere decir muy claro, destello.
Rarus significa disperso sobre la tierra. El pensamiento es una cosa tan clara que está esparcida sobre la tierra.
Luego la palabra rarus quiso decir: distante en el espacio, poco frecuente en el curso del tiempo.
El pensamiento no es tan dificil como raro; él es tan luminoso que se hace distante en el curso de los siglos.
El pensamiento no es precioso a fuerza de rareza; él dice que el pensamiento es simplemente muy raro.
Escribió:
"Sólo una cruel superstición prohíbe los placeres. ¿Por qué, en efecto, conviene mejor apaciguar el hambre y la sed que expulsar la melancolía?
Tal es mi regla. Ninguna divinidad se complace con mi impotencia y mi pena. Al contrario, mientras mas grande es la alegría que nos embarga, más grande es la perfección a la cual pasamos.
Es propio entonces de un hombre sabio, digo, hacer servir en su alimentación platos agradables, bebidas embriagadoras, como también los perfumes para la nariz, el encanto de las plantas y las flores para la mirada, los ornatos que añaden la luz en las telas que nos protegen, la música para el oído, los juegos y las caricias para que el cuerpo y los diferentes miembros se ejerzan, los espectáculos y otras cosas del mismo estilo que cada uno puede usar sin lastimar al otro."
Estimaba leer porque esta actividad hacía palpitar o estremecer el espíritu y porque ponía al cuerpo en una disposición más recogida y antigua que lo reparaba.
Un día se instaló de nuevo en La Haya. Gozaba con un pequeño jardín cerrado de muros y herboso detrás de la casa. En 1667, Rembrandt, Vermeer pintaban. Él mismo había aprendido a pintar pero había parado.
Redactó un libro póstumo Ethica. Es el más bello y más feliz cuadro invisible que el mundo se ha dado de sí mismo. Durante años lo releía en las noches. Lo tenía guardado en un pequeño secreter. Sufría de un insomnio crónico que, leyendo, había transformado en felicidad.
Amaba de tal modo la alegría.
Apagaba la mecha a las tres de la mañana y reposaba a la espera del alba.
Pascal Quignard
Pequeños tratados
Tratado II. Dios
(sobre Spinoza)
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