martes, 6 de marzo de 2018

Emmanuel Levinas La Huella del Otro

La epifanía del Otro (Autri) comporta una significancia propia independiente de esta significación recibida del mundo. El Otro no nos viene solamente a partir del contexto sino, sin mediación, él significa por sí mismo. Su significación cultural, que se revela y que, de alguna manera, revela horizontalmente, que se revela a partir del mundo histórico al que pertenece y que revela, según la expresión fenomenológica, los horizontes de este mundo, esta significación mundana viene a ser perturbada y atropellada por otra presencia, abstracta y no integrada al mundo. Su presencia consiste en venir hacia nosotros, en abrir una entrada. Lo que puede ser formulado en estos términos: ese fenómeno que es la aparición del Otro es también rostro,

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El Otro que se manifiesta en el rostro horada de alguna manera su propia esencia plástica, como un ser que abre la ventana en la cual, sin embargo, se delinea su figura. Su presencia consiste en el desvestirse de la forma que no obstante lo manifiesta. Su manifestación excede la inevitable parálisis de la manifestación. Es
esto lo que expresa la fórmula el rostro habla. La manifestación del rostro es el primer discurso. Hablar es antes que nada este modo de venir desde atrás de la propia apariencia, desde atrás de su forma, una apertura en la apertura.

Despojado de su forma misma, el rostro se estremece en su desnudez. Él es una miseria. La desnudez del rostro es indigencia y ya suplica en esa rectitud que apunta hacia mí. Pero esta súplica es una exigencia. En el rostro la humildad se une a la altura. Y aquí se anuncia la dimensión ética de la visitación. Mientras que la verdadera representación permanece como posibilidad de apariencia, mientras que el mundo que obstaculiza el pensamiento no puede nada en contra del pensamiento libre que, en su interior, puede siempre rehusarse, refugiarse en sí, permanecer efectivamente como libre pensamiento frente a lo verdadero y existir "por primera vez" como origen de aquello que recibe, dominar con la memoria aquello que lo precede, mientras el pensamiento libre sigue siendo "lo Mismo", el rostro se me impone, en cambio, sin que yo pueda ser sordo a su llamado, ni olvidado; es decir, sin que yo pueda dejar de ser considerado responsable de su miseria. La conciencia
pierde el primer lugar.

La presencia del rostro significa, así, una orden irrefutable — un mandamiento — que detiene la disponibilidad de la conciencia. La conciencia es puesta en cuestión por el rostro. La puesta en cuestión no se reduce a tomar conciencia de esta puesta en cuestión. Lo absolutamente otro no se refleja en la conciencia. Se le resiste al punto en que incluso su resistencia no se convierte en contenido de conciencia. La visitación consiste en perturbar el egoísmo mismo del Yo; el rostro desarma la intencionalidad que lo observa. Se trata de la puesta en cuestión de la conciencia y no de una conciencia de la puesta en cuestión. El Yo pierde su soberana coincidencia consigo mismo, su identificación en la que la conciencia retorna triunfalmente a sí para descansar sobre ella misma. Frente a la exigencia del Otro [Autrui[ , el Yo es expulsado de este reposo y no es la conciencia, que ya se vanagloria, de este exilio. De hecho, todo tipo de complacencia destruiría la rectitud del movimiento ético.

Pero la puesta en cuestión de esta libertad, salvaje e ingenua, segura de poder refugiarse en sí, no se reduce a este movimiento negativo. La puesta en cuestión de sí es, precisamente, la acogida de lo absolutamente otro.

Descubrir al Yo en tal orientación es identificar el Yo con la moralidad. El Yo frente al Otro  es infinitamente responsable. El Otro que provoca este movimiento ético en la conciencia y que desajusta la buena conciencia de la auto-coincidencia de lo Mismo .


Emmanuel Levinas
La Huella del Otro

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