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sábado, 12 de febrero de 2022

Levinas Dios ética oración

 Dios no reina más que por la interposición de un orden ético, ahí donde un ser responde de otro. El mundo es, no porque persevere en el ser, no porque ser sea su propia razón de ser, sino porque puede ser justificado mediante la mediación de lo humano. Lo humano es la posibilidad de un ser-para-el-otro. Es la justificación de todo exisir.

De manera que la horación, llamada en hebreo "servicio del corazón", o incluso "trabajo del corazón" (la expresión, de nuevo aquí, es literal) designa la edificación de los mundos o la reparación de las ruinas de la creación... no es una petición, sino un ofrecerse, un "derramarse de su alma" (Haim de Volozina, Nefesh Hahaim)


Emmanuel Levinas

En la hora de las Naciones

Lecturas talmúdicas, ensayos y conversaciones

Eds. Sígueme 2019

sábado, 18 de enero de 2020

BLANCHOT-LEVINAS (ACOGER LA ALTERIDAD: DEBER ANTES QUE SER, DESEO DE LO EXTRAÑO E INACCESIBLE, NO APROPIACIÓN)

La relación con lo desconocido, dirá el dialogante, es una ausencia de relación. Ni mantenerse dentro de las fronteras del yo, ni, en el arrebato, fundirse en lo Otro.

La filosofía bordea esos extremos. Ni la comprensión, ni el éxtasis. En la primera, lo mismo reduce y a-simila a lo otro; en el segundo, lo otro devora y a-simila a lo mismo.

Ahora bien, ¿cómo hacer que lo oscuro permaneza en su propia oscuridad? La filosofia se engaña si sólo se imagina  a sí misma como un esfuerzo por comprender y hacer comprender. La comprensión es conquista, violencia apropiadora, dominio de lo otro en el diurno resplandor de lo mismo.

Si no debemos desesperar de la filosofía, que predominantemente ha sido en la historia de Occidente un pensamiento de la ocupación ( de lo otro), es porque ella también puede acoger aquella alteridad -y esa extraña hospitalidad representa otro arranque y otro (sobre)salto para la filosofía misma.

Acoger lo Otro. ¿De qué manera? «El Otro», indica el dialogante, «es lo totalmente Otro; lo otro es lo que me supera absolutamente; la relación con lo otro que es el otro es una relación trascendente, lo que quiere decir que hay una distancia infinita y, en cierto sentido, infranqueable entre yo y lo otro que pertenece a la otra orilla, que no tiene ni puede tener patria común conmigo, de ningún modo alinearse en un mismo concepto, en un mismo conjunto, constituir un todo o hacer número con el individuo que soy». Pero, si la filosofía es voluntad de inmanencia, ¿cómo alojar en ella esta inconmensurabilidad, esta heterogeneidad exterior a todo concepto? ¿ Cómo hacerlo sin por ello abandonar el horizonte mismo de la filosofía?

Alojar lo Extranjero. Pero un extranjero que no es este o aquél desconocido habitante de un país desconocido. Lo extraño, lo incógnito lo misterioso, lo otro, lo distante, lo extranjero, lo siniestro, lo errante, palabras que en vano apuntan a aquello que se desvía de nuestro horizonte de visibilidad -y de invisibilidad.

La filosofía podría pensar (y comprender) no lo -infinitamente- separado, sino pensarse a sí misma en el ámbito de esta separación. Ahora bien, alojar lo Otro es posible: la obra de Emmanuel Levinas es, por cierto, el máximo monumento de esa posibilidad y de esa exigencia.
Pensar lo infinito ... es como pensar «más de lo que se piensa». Blanchot da nombre a ese exceso, a esa inconmensurabilidad entre lo finito (del pensamiento) y lo infinito (del ser), echando mano de una palabra antigua: deseo.

Pero un deseo que no tiene nada que ver ni con la necesidad (la falta que espera ser satisfecha) ni con el amor (que busca la unión); es un deseo «de lo que no nos hace falta, de lo que no puede satisfacerse, Y tampoco desea juntarse con lo deseado»: un deseo «de lo que debe quedarle inaccesible, y extraño -deseo de lo otro como otro, deseo austero, desinteresado, sin satisfacción, sin nostalgia ni comprensión».

Un deseo que -por cuanto no es en absoluto nostalgia de una presunta unidad perdida -es el reverso del Eros platónico.
Lo Otro es Dios, pero en tanto Desconocido. Lo otro es LO MÁS ALTO... mas no porque sea todopoderososo, sino porque en ello cesa mi poder. Blanchot no oculta su simpatía por esta dislocación de la filosofía -en cuanto metafísica- por la relación ética.

El otro no es (diabólica) potencia, sino (angelical) indefensión. ¿Podría existir algo más alto que el respeto a la existencia del otro?

El deber se antepone de ese modo al ser (y al conocer). Porque la relación con lo otro no puede ser simétrica -no hay diálogo posible con ello. Lo Mas Alto es lo Más Bajo. Lo esencial es que el otro no es otro «yo mismo». Lo Otro no es una (otra) subjetividad. Su relación con el ego es de pura exterioridad: no admite ni nombre ni le conviene ningún concepto.

«A menos», dirá el dialogante, «que, precisamente, sea necesario entender que la relación de hombre a hombre es tal que el concepto de hombre, la idea de hombre como concepto (aunque fuese dialéctico), no podría dar cuenta de ella».
La pregunta por lo Otro no se resuelve si no descubre el centro del lenguaje. Un centro que es un desvío, una dislocación: se aparta de la polaridad visible/invisible. Hablar no es ver, dice Blanchot. Por el lenguaje salimos del horizonte de la claridad y de la oscuridad: de lo velado y lo re-velado, de lo cubierto y lo des-cubierto. Es extraño, pero por el lenguaje salimos del horizonte de la filosofía ... al menos de aquella que subordina la justicia a la verdad.

Pero esta inversión de la ontología por la ética no deja de espantar. La proximidad de Blanchot respecto de Levinas tiene un límite. La interrogación acerca de lo Otro es una filosofía que representa el límite mismo de la filosofía, su fin, allí donde comienzan a gravitar otras preguntas. Pero en Levinas estas preguntas ya han sido respondidas. La filosofía no se abre a su desconocido sino allí donde encuentra algo -¿de sobra?- conocido: la escatología profética, es decir, «la afirmación de un poder de juzgar capaz de arrancar a los hombres de la jurisdicción de la historia».

Quizá no debería temerse la conmoción que este desplazamiento puede suscitar en el pensamiento. «Temo la conmoción», explica, empero, el dialogante, «cuando la provoca algún lnconmovible».


SERGIO ESPINOSA
EL ENIGMA DIURNO
La escritura neutra de Maurice Blanchot
Arena Libros 2019


martes, 5 de noviembre de 2019

Trascendencia atea por el otro en lo neutro del vacío (Blanchot, Levinas, Critchley)

Para Blanchot, Levinas restaura la extrañeza y el horror de la relación interhumana como problema central de la filosofía, y muestra cómo se puede comprender la trascendencia en términos de una relación social.

Blanchot se abstiene rigurosamente de suscribir dos afirmaciones levinasianas: primero, que la relación con la alteridad pueda entenderse éticamente en algún nuevo sentido metafísico; y segundo, que la relación tenga implicaciones teológicas (el rastro de la "illeidad").

Aún suscribiendo la descripción levinasiana de la relación con "autrui" (de una forma que no deja de ser problemática) Blanchot pone entre paréntesis los términos "ética" y "Dios",  y por lo tanto se abstiene de la afirmación metafísica del Bien más allá del Ser.

Blanchot conserva la ambigüedad o la tensión de la relación con el "autrui", la cual no puede reducirse a la positividad del Bien, ni a la negatividad del mal.

La relacion con el Otro no es positiva ni negativa en ningún sentido metafísico absoluto; es más bien neutral, una experiencia de neutralidad que (y eso es  importante) no es impersonal, y que se manifiesta en y como aquella ambigua forma de lenguaje que Blanchot llama literatura.

(La literatura quiere llegar a las cosas antes de su negación por el lenguaje, es el intento de evocar la realidad de las cosas: la opacidad de la noche, el débil resplandor de la materialidad. Para Blanchot, que indudablemente piensa en Rilke  y en Ponge (yo pensaría en Wallace Stevens y en Seamus Heaney), esa es la tarea de la poesía.Si la primera vertiente de la literatura aspira a reducir toda realidad a conciencia -la luz pura del día-, a través deltrabajo de la negación, la segunda vertiente de la literatura pretende alcanzar la inconciencia total -la noche pura- y fundirse con la realidad y la materialidad de las cosas. El hecho de que la literatura no pueda alcanzar ni la conciencia total ni la inconciencia total lleva, según Blanchot, a un descubrimiento fundamental: "Al negar el día, la literatura reconstruye el día como fatalidad; aI afirmar la noche, descubre la noche como la imposibilidad de la noche. Este es su descubrimiento". Para Blanchot la ambigüedad es la verdad de la literatura, y tal vez también la verdad de Ia verdad, lo que es como decir que la verdad se caracteriza por Ia duplicidad y la ambivalencia (igual que a la physis le encanta ocultarse)


La enseñanza esencial de Levinas es la primacía de la relación humana como aquello que no puede ser ni rechazado ni comprendido, y su descripción de una subjetividad dispuesta a la responsabilidad.

Antes que ninguna afirmación metafísica del Bien o de Dios surgida de esta relación, lo que sigue atrayéndome de Levinas es la atención al otro, a la exigencia que supone el otro sobre mí, y a la forma como esa exigencia cambia mi concepción de mí mismo.

Ahora bien, ¿cómo se hace efectiva esta exigencia?... la primera experiencia de una alteridad no reductible al yo ocurre en la relación con la muerte, con la inaprensible facticidad del morir.

Teniendo esta idea bien presente, me gustaría afirmar, de acuerdo con Blanchot, que en la relación con la alteridad de la muerte, tanto de mi morir como del morir del otro, no se abre la trascendencia del Bien más allá del Ser, ni tampoco el rastro de Dios, sino la alteridad neutral del "il y a", la escena primordial del vacío, la ausencia y el desastre, lo que estoy tentado de llamar, de forma algo incongruente, trascendencia atea.

Simon Critchley
Muy poco... casi nada
Muerte, filosofía, literatura
Sobre el nihilismo contemporáneo
Ed. Marbot 2007

(Ilustración de la historia gráfica
EL BRUJO de Carla Berrocal
Eds. de Ponent 2011,
con cita de Violeta Parra) 


lunes, 15 de julio de 2019

El decir y lo dicho en LEVINAS: interrumpir-reducir la ontología con la ética.

En su segundo gran libro filosófico, De otro modo que ser, o más allá de la esencia, Levinas intenta evitar el problema del lenguaje ontológico con una sinuosa autocrítica y acuña la distinción entre el decir y lo dicho (le dire et le dit).

Para explicarlo rápidamente, el decir es ético y lo dicho es ontológico.

Si bien no puede decirse que Levinas ofrece definiciones de diccionario para estos términos, podemos pensar que el decir es el acto de exponerme-corpórea y sensiblemente- al otro hombre, mi incapacidad de resistirme al acercamiento del otro. Es la posición de mi yo que afirma, que propone o que se expresa frente al otro. Es un desempeño ético verbal y acaso también no-verbal, cuya esencia no se puede captar en proposiciones constatativas. Es, si se quiere, un hacer performativo, que no se deja reducir a una descripción proposicional.

Por contraste, lo dicho es una declaración, una afirmación o una proposición cuya verdad o falsedad puede ser demostrada. Para decirlo de otra manera, puede pensarse que lo dicho es el contenido de mis palabras, su significado identificable, mientras que el decir consiste en el hecho de que esas palabras están dirigidas a un interlocutor, a cada uno de ustedes en este preciso instante.

El decir es un residuo ético y no tematizable del lenguaje que escapa a la comprensión, interrumpe la ontología y es la norma misma que rige el movimiento de lo mismo a lo otro.

Dado que la filosofía en tanto ontología habla el lenguaje de lo dicho -es proposicional, llena papeles, capítulos y libros como éste-, el problema metodológico que enfrenta el Levinas posterior, problema que recorre cada página del bastante barroco De otro modo que ser, es el siguiente: ¿cómo puede ser dicho el decir? O sea, ¿cómo formular filosóficamente mi exposición ética ante el otro.sin traicionar por completo ese decir?

En De otro modo que ser, el pensamiento de Levinas -y sobre todo su estilo- se va percatando paulatinamente del problema de cómo conceptualizar -y por ende, traicionar- el decir ético en lo dicho ontológico. Podríamos llamar a éste el giro deconstructivo de Levinas.

La solución a este problema metodológico, se me ocurre, se halla en la idea de reducción. En síntesis, es cuestión de explorar las diversas formas por las cuales lo dicho puede ser desdicho, o reducido, dejando así que el decir circule como residuo ó interrupción dentro de lo dicho.

El filósofo debe empeñarse, sostiene Levinas, en reducir lo dicho al decir y romper continuamente el límite que separa lo ético de lo ontológico (OB 43-45).

Simon Critchley
Introducción a Levinas
Trad. Marcelo Burello
en
Emmanuel Levinas
Difícil libertad
Ensayos sobre judaísmo
Original Eds. Albin Michel 1963, 1976
Ed. Fund. David Calles
Buenos Aires 2005


Ilustración del libro de
Johh Berger
Selçuk Demirel (ilustraciones)
Ed. Nórdica Libros 2019


ALTERIDAD Y NO COMPRENSIÓN:  RECONOCIMIENTO

La gran idea de Levinas es que la relación con el otro no se puede reducir a la comprensión y que tal relación es ética, por lo que la experiencia de lo que pensamos asume la estructura de un yo o un sujeto.

Lo que equivale a decir que las otras personas tienen algo, una dimensión de separación, de interioridad, de secreto o de lo que Levinas llama “alteridad", que escapa a mi comprensión. Aquello que excede los confines de mi conocimiento requiere reconocimiento.

Yendo un poco más lejos, se podría afirmar que el fracaso en reconocer la separación del otro respecto de mí puede llegar a ser el origen de una tragedia. Tomemos el ejemplo de Cavell con el Otello de Shakespeare. La mayor parte de la gente diría que Otello mató a Desdémona porque creyó que sabía que ella le había sido infiel. Movido por su propio monstruo de ojos verdes y. por las astutas intrigas de lago, Otello asesina a Desdémona. Ahora bien, si la consecuencia del presunto saber de Otello resulta ser trágica, ¿en qué consiste la moraleja de esta tragedia? Puede decirse que simplemente consiste en que en definitiva no podemos saber todo sobre otra persona, incluso -y acaso más aun- cuando se trata de la persona que amamos. Esto significa, pienso, que en nuestra relación con los demás tenemos que aprender a reconocer lo que no podemos saber y que el fracaso en esto fue la trágica falla de Otello.

El fin de la certeza puede ser el comienzo de la confianza.

En este sentido, la lección de la tragedia shakespeareana y de las enormes tragedias humanas del siglo xx es que hay que aprender a reconocer lo que uno  puede saber y respetar la separación o lo que Levinas llama la trascendencia del otro, una trascendencia que es muy de este mundo y que no forma parte de un misticismo supramundano.

Si el otro se pierde en la multitud, su trascendencia se desvanece. Para Levinas, una relación ética es aquella en la que doy la cara ante otra persona. Es esa relación con el otro la que se perdió tanto en el hecho mismo del antisemitismo Nacionalsocialista como en sus apologías filosóficas.

Tal  como  le  gustaba  decirlo,  su  filosofía  puede  resumirse  íntegramente  en  estas  sencillas  palabras:  "Aprés  vous,  Monsieur”  ("después de  usted,  señor”).  Esto  es,  por  medio  de  actos  cotidianos  y  bastante triviales  de  civilidad,  hospitalidad,  amabilidad  y  cortesía,  los  cuales tal  vez  hayan  recibido  muy  poca  atención  de  parte  de  los  filósofos.

Son  tales  actos  los  que  Levinas  califica  de  “éticos”. 

Ahora  bien,  ojalá  no  sea  necesario  decir  que  el  logro  de  esta  relación  ética  con  el  otro no  es  sólo  una  tarea  de  la  filosofía,  sino  que  es  una  tarea  filosófica: la  de  entender  lo  que  podríamos  designar  como  la gramática moral de  la  vida  cotidiana  y  tratar  de  enseñarla. 

El  otro  no  es  meramente  un peldaño  en  la  escalera  filosófica  que  conduce  a  la  verdad  metafísica. Y  quizá  la  auténtica  fuente  de  admiración  con  la  que  comienza  la  filosofía,  como  lo  señalara  Aristóteles,  no  sea  mirar  el  cielo  estrellado, sino  mirar  al  otro  a  los  ojos,  pues  ahí  hay  una  infinitud  más  palpable, con  la  que  la  propia  curiosidad  jamás  podrá  saciarse...

Simon Critchley
Introducción a Levinas
Trad. Marcelo Burello
en
Emmanuel Levinas
Difícil libertad
Ensayos sobre judaísmo
Original Eds. Albin Michel 1963, 1976
Ed. Fund. David Calles
Buenos Aires 2005


sábado, 13 de julio de 2019

Levinas, Husserl, Critchley, fenomenología, intención e ingenuidad

El "análisis intencional" comienza por la ingenuidad irreflexiva de lo que Husserl llama la “actitud natural”. Por medio de la reducción fenomenológica, este análisis busca dar cuenta de las estructuras profundas de la vida intencional, estructuras que le dan sentido a dicha vida, pero de las que esa ingenuidad se olvida.

Esto es lo que la fenomenología llama “lo concreto”: no los datos empíricos transmitidos por los sentidos, sino las estructuras a priori que le dan sentido a esos datos aparentes.

Como dice Levinas, "Lo que cuenta es la idea de que el pensamiento objetivante se ve desbordado por una experiencia olvidada de la cual vive” (TI 28).

A esto se refería Levinas cuando decía, como según parece acostumbraba hacerlo al comienzo de sus cursos de la década de 1970 en la Sorbona, que la filosofía "c'est la science des naívetés” ["es la ciencia de las ingenuidades"].

La filosofía es el trabajo de reflexión que se lleva a cabo sobre la vida irreflexiva y cotidiana.

Por eso Levinas insiste en que la fenomenología constituye una deducción: de lo ingenuo a lo científico, de lo empírico a lo a priori, etc.

Un fenomenólogo procura recoger y analizar los rasgos característicos comunes y generales que están por debajo de nuestra experiencia cotidiana, hacer explícito lo que está implícito en nuestro saber ordinario.

Con éste modelo, en mi opinión, el filósofo no pretende proporcionamos -a diferencia del científico- nuevos conocimientos o descubrimientos novedosos, sino lo que Wittgenstein llama recordatorios de lo que ya sabemos pero continuamente pasamos por alto en nuestra vida diaria.

La filosofía nos recuerda lo que pasamos por alto en la ingenuidad de lo que pasa por ser el sentido común.


Simon Critchley
Introducción a Levinas
Trad. Marcelo Burello
en
Emmanuel Levinas
Difïcil libertad
Ensayos sobre judaísmo
Original Eds. Albin Michel 1963, 1976
Ed. Fund. David Calles
Buenos Aires 2005

sábado, 25 de mayo de 2019

Levinas, deseo del otro como sentido en el ser

La relación con el otro me cuestiona, me vacía de mí mismo y no cesa de vaciarme al descubrirme recursos siempre nuevos. No me sabía tan rico, pero no tengo el derecho de guardarme nada.

¿El deseo de otro es un apetito o una generosidad? Lo deseable no llena mi deseo, sino que lo ahonda, nutriéndome, de alguna manera, de nuevas hambres.

El deseo se revela como bondad.

Hay en CRIMEN Y CASTIGO de Dostoievski una escena donde, refiriéndose a Sonia Marmeladova que mira a Raskolnikov en su desesperación, Dostoievski habla de "insaciable compasión".

No dice "inagotable compasión". Como si la compasión que va de  Sonia a Raskolnikov fuera un hambre nutrida por la presencia de Raskolnikov más allá de toda saturación, presencia que acrecentara esta hambre al infinito.

El deseo del otro que vivimos en la más trivial experiencia social es el movimiento fundamental, la pura trasportación, la orientación absoluta, el sentido.

La filosofía contemporánea insiste, en todo su análisis del lenguaje ciertamente con razon, en su estructura hermenéutica y en el empeño cultural del ser encarnado que se expresa.

¿No se ha olvidado acaso una tercera dimensión: la dirección hacia el otro que no es solamente el colaborador o el vecino de nuestra obra cultural de expresión o el cliente de nuestra producción artística, sino el INTERLOCUTOR: aquel a quien la expresión expresa, para quien la celebración celebra, aquel que es, a la vez, término de una orientación y significación primera?

El otro que me da la cara no está incluido en la totalidad del ser expresado. Reaparece desde el fondo de toda reunión del ser, como aquel a quien expreso lo que expreso.

Me vuelvo a encontrar así frente al otro.

Otro que no es ninguna significación cultural, ni un simple dato.

Primordialmente es SENTIDO porque se lo presta la expresión misma, porque sólo por él un fenómeno como el de la significación se introduce, por su propia cuenta en el ser.

El análisis del deseo, que perfila un sentido en el ser, y que nos importaba en primer lugar distinguir de la necesidad, alcanzará mayor rigor con el análisis de la alteridad hacia la cual el deseo se dirige.

Emmanuel Levinas
HUMANISMO DEL OTRO HOMBRE
Ed. Siglo XXI, 1974
págs. 55-57

martes, 21 de mayo de 2019

Mirada y Rostro, en Sartre y Levinas

Esto nos parece lo esencial: si en Sartre se denomina RÉGARD (Mirada) al poder del Otro para anular mi "pour-soi" (o al Poder con el que yo busco anular la trascendencia del Otro), en Lévinas se denomina VISAGE (Rostro) al poder de resistencia de la trascendencia e infinito del otro para oponerse a mi poder.


Aunque la primera impresión, tras este acercamiento a las posiciones de los autores, sea la de que la distancia que los separa es abismal, la realidad es que guardan un aspecto en común que nos permitirá llevar a cabo nuestro objetivo: ambos autores otorgan, como podemos comprobar, una gran importancia a la presencia del Otro, a la altura de su poder, relevancia y trascendencia.

La diferencia radica, como señalábamos antes, en la percepción que tienen los dos autores de ese Otro. Hay una persecución del yo por parte del Otro en Sartre y una obsesión del Otro por parte del Mismo en Lévinas: parece como si ni en Sartre ni en Lévinas pudiera "quitarme al Otro de encima", lo que ya vendría a anunciar una predominancia, una primordialidad de la presencia del Otro, de su mirada o de su apelación a mí: como si siempre le llevara conmigo, en lo más interior de mí, de modo que si se me desentrañase, con seguridad aparecerían los Otros, mis Otros ... -pero también "el Otro" desconocido, lejano, el que aún no ha venido.

En el caso de Sartre, la persecución es amenazante, vigilante, acechante, mientras que en el caso de Lévinas, el Otro apela al Yo bajo la figura de la responsabilidad.


Debe precisarse, como ya anunciábamos, que mientras que el "pour-soi" sartreano parece poder ser más intercambiable, sin embargo, en Lévinas el Rostro es un privilegio (ético) del Otro, de modo que a la pregunta de si el Otro sartreano también es "pour-soi" podría responderse fácilmente que sí, mientras que a la pregunta de si también yo soy un Rostro la respuesta sería más comprometida en Lévinas. Es más, Lévinas parece no contar con ello.

El Rostro es una noción ética, es un derecho del Otro que no me corresponde a mí esgrimir o enarbolar -¡aunque un tercero sí podría hacerlo por mí, en mi lugar!. O mejor dicho, que no me corresponde a mí reivindicar para mí.

El Rostro es un "dispositivo" ético (aunque hablar en estos términos quizá no complaciese a Lévinas) a favor del Otro, porque yo "le veo" y "escucho" el Rostro al Otro, mientras que no es ése el caso, como si yo pudiera revindicar que ¡Yo (también) soy un Rostro!

La mirada como expresión del poder del Mismo es no sólo empobrecedora de la trascendencia del Otro, sino violentadora porque no logra adentrarse verdaderamente en el otro, por lo que se diría, si se me permite, que intenta forzar dicho adentramiento, casi violar al Otro que se nos presenta.

Aunque, bien visto, no se trata de "adentrarse" en el Otro, pues uno no puede "entrar" en el Otro, sino que más bien habríamos de decir que no deja al Otro ser por sí mismo o, como diría Lévinas, "kat' autó", ya que si el Otro es también sujeto y para-sí (como hemos ido anunciando), no puede ser captado como algo cerrado y abarcable por completo.

Ciertamente, tanto Sartre como Lévinas han llamado la atención acerca de la trascendencia del Otro, pero no cabe duda de que el gran pensador de dicha trascendencia (y de su reconocimiento por parte del Mismo) es Lévinas, que ha hecho de tales trascendencia y reconocimiento una experiencia ética.

Rostro y Mirada se contraponen porque el Rostro siempre desborda (es decir, es Rostro justamente en la medida en que desborda) la imagen que busca el Mismo, y con la que se conforma la Mirada: el Rostro es el secreto, el misterio o el enigma que escapa a toda mirada.

Por eso, según Lévinas, lo que define la humanidad del hombre es una impotencia, la impotencia del YO de no poder asumir por completo al OTRO.

Elisa Fernández Bascones
MIRADAS CRUZADAS
La alteridad en Sartre y Levinas
Ed. Fundación GORDION 2017
Observatorio de Religiones Comparadas
Colección Malamatiya


martes, 30 de abril de 2019

Emmanuel Levinas, Humanismo del otro hombre

La significación precede a los datos y los aclara.

El dato se presenta desde un comienzo en tanto que esto o aquello, es decir, en tanto que significación. La experiencia es una lectura, la comprehensión del sentido, una exégesis, una hermenéutica y no una intuición.

La esencia del lenguaje a la cual los filósofos otorgan ya un papel principal-y que señala-ría la noción misma de cultura-consiste en hacer brillar, más allá del dato, al ser en su conjunto. El dato tomaría una significación a partir de esta totalidad.

La acción cultural no expresa un pensar previo, sino al ser, al cual, encamada, ya pertenece. La sig-nificación no puede inventariarse en la interioridad de un pensar. El pensar mismo se inserta en la Cultura a través del gesto verbal del cuerpo que lo precede y lo supera. La Cultura objetiva a la cual, por la creación verbal, agrega algo nuevo, lo ilumina y lo guía.

El gesto corporal no es una descarga nerviosa, sino la celebración del mundo, poesía.

El cuerpo es un sensible sentido -allí está, según Merleau-Ponty, su gran maravilla. En tanto que sentido, está todavía de este lado, del lado del sujeto; pero en tanto que sensible está ya de aquel lado, del lado de los objetos; pensar que deja de ser paralítico es movimiento que deja de ser ciego y conlienza a ser creador de objetos culturales.

La creación cultural no se agrega a la receptividad, sino que es, desde un comienzo, su otra cara. No somos sujeto del mundo y parte del mundo desde dos puntos de vista diferentes, sino que, en la expresión, somos sujeto y parte a la vez. Percibir es a la vez recibir y expresar por una especie de prolepsia.

El arte no es pues un feliz extravío del hombre que se pone a hacer lo bello. La cultura y la creación artística forman parte del orden ontológico mismo. Son ontológicas por excelencia: hacen posible la comprensión del ser.

No es pues por azar que la exaltación de la cultura y de las culturas, la exaltación del aspecto artístico de la cultura, dirige la vida espiritual contemporánea; que, más allá de la labor especializada de la investigación científica, los museos y los teatros, como en otro tiempo los templos, hacen posible la comunión con el ser y que la poesía pase por plegaria.

La expresión artística reuniría al ser en significación y aportaría así la luz original que el saber científico tomaría prestada.

La expresión artística sería así un acontecimiento esencial que se produciría en el ser a través de los artistas y de los filósofos.

Emmanuel Levinas
Humanismo del otro hombre
Ed. original francés Fata Morgana 1972
Ed. Siglo XXI 1974


domingo, 17 de febrero de 2019

Putnam, Levinas, ética, ontología

Menciono a Levinas en primer lugar porque el título del libro bien podría haber sido el título de una obra de Levinas. El tema que está en el centro de la filosofía de Levinas es que todos los intentos de reducir la ética a una teoría del ser o basarla en ella, en una ontología, ya sea en el sentido tradicional o en el heideggeriano, constituyen estrepitosos fracasos.
Para Levinas, el irreductible fundamento de la ética es el reconocimiento inmediato de que tengo la obligación  de hacer algo cuando estoy ante un prójimo, un ser humano, que sufre.
Es cierto (y Levinas es muy consciente de ello) que ninguno de nosotros puede ayudar a todos los seres humanos que sufren y que la obligación de ayudar a un ser humano concreto puede quedar anulada por la obligación de ayudar a lo que él denomina "el tercero".
Sin embargo, no sentir ninguna obligación de ayudar a nadie que sufra, no reconocer que, si puedo, debo ayudar, o sentir la obligación sólo en el caso de que la persona sufriente ante la que esté me resulte agradable, simpática o alguien con quien puedo idetificarme, implica no ser ético en absoluto, sin importar por cuantos principios uno pueda guiarse o esté dispuesto a dar la vida.
Hilary Putnam
Etica sin ontología
Ed. Alpha Decay 2013
Trad. Albert Freixa

martes, 6 de marzo de 2018

Emmanuel Levinas La teoría fenomenológica de la intuición Husserl)

El interés de la concepción husserliana consiste en haber puesto en el corazón mismo de la conciencia el contacto con el mundo.

La intencionalidad tiene  la función de caracterizar a la conciencia en tanto fenómeno primero y original, en el que el objeto y el sujeto de la filosofía tradicional no son más que abstracciones.

"Es la intencionalidad lo que define a la conciencia, en el sentido corriente del término, y lo que nos permite, al mismo tiempo, caracterizar toda la corriente de al conciencia como corriente consciente y unidad de una conciencia."

Y es precisamente contra el naturalismo psicologista que Husserl dirige esta nueva concepción del ser. La intencionalidad de Husserl no puede ser tomada como una mera propiedad de la conciencia, una característica indiferente a su modo de existir, una simple modalidad de los contenidos de conciencia. La intencionalidad caracteriza el modo mismo de existir de la conciencia.

Husserl también ataca la teoría que hace de la intencionalidad un elemento nuevo entre el mundo y la conciencia, un puente. Cuando hablamos de intencionalidad no se trata "de una relación entre cierto evento psicológico, denominado estado de conciencia,  otro ser real, denomiando objeto; ni de un vínculo psicológico que tendría lugar entre una realidad objetiva, entre uno y otro".

El objeto percibido se presenta com algo percibido EN PERSONA.

"La conciencia del objeto puede ser muy diferente en cada caso". Esto quiere decir que la intencionalidad no es un acto siempre idéntico que, presente en todas las formas de la conciencia, ejerza tan solo la función de relacionarse con el objeto, mientras que los coeficientes específicamente afectivos o volitivos se añadirían a una intención siempre idéntica, a título de fenómenos puramente subjetivos.

La intencionalidad misma es diferente en cada uno de estos casos. En el acto, los elementos volitivos y afectivos son modos específicos de tender hacia algo fuera de sí, maneras especiales de trascenderse.

Las cualidades inherentes a las cosas que hacen que estas nos importen, que hacen que nos sean entrañables, que las temamos, que las queramos, etc..., no deben ser excluidas DE LA CONSTITUCIÓN DEL MUNDO, no deben ser tanto sólo atribuidas a la reacción "enteramente subjetiva" del hombre que está en el mundo.

Ya que dichas cualidades se dan en nuestra vida como correlativas a las intenciones, es necesario considerarlas como pertenecientes a la esfera OBJETIVA.

El interés de la noción husserliana de la intencionalidad consiste en la amplitud de su acepción. Ella expresa únicamente el hecho general de que la conciencia se trasciende, de que se dirige a algo que no es ella, y que, por ello, POSEE SENTIDO.

El acto de amor tiene un sentido, pero no quiere decir que involucre una representación del objeto amado y un sentimiento puramente subjetivo, desprovisto de sentido, que acompañaría dicha representación.

Lo propio del objeto amado consiste precisamente en una INTENCIÓN DE AMOR, intención irreductible a la representación puramente teórica.

La vida concreta es una vida de acción y de sentimiento, de voluntad, juicio estético, de interés y desinterés, etc. De ahí que el mundo correlativo de esta vida sea, ciertaente, objeto de contemplación teórica, pero también mundo querido, sentido, mundo de acción, de belleza y de bondad, de fealdad y maldad.

Todas estas nociones constituyen en la misma medida la existencia del mundo, componen sus estructuras ONTOLÓGICAS en la misma medida que las categorías puramente teóricas de la espacialidad, por ejemplo.

La intencionalidad se presenta como la esencia misma de la conciencia.

Emmanuel Levinas
La teoría fenomenológica de la intuición
(los entrecomillados son citas de obras de Husserl)
Ed. Sígueme Salamanca 2004
Epidermis Editorial México DF 2004

LEVINAS, HUMANISMO DEL OTRO HOMBRE

Los hombres se buscan en su incondición de extranjeros... El recuerdo de esta servidumbre reúne a la humanidad. La diferencia que se abre entre el yo y sí mismo, la no-coincidencia de lo idéntico, es una no in-diferencia fundamental con respecto a los hombres.

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NADIE PUEDE SALVARSE SIN LOS OTROS. El hombre está consagrado al prójimo. El dominio reservado al alma no se cierra desde el interior.

Extranjero para sí, obsesionado por los otros, in-quieto, el YO es rehén en la recurrencia misma de un YO que no deja de fallarse a sí mismo. Pero de este modo siempre más próximo a los otros, más obligado, agravando su fracaso ante sí mismo.

Sin reposo en sí, sin cimientos en el mundo (en este extrañamiento de todo lugar) del otro lado del ser (más allá del ser) ¡hay aquí una interioridad muy particular! No es construcción de filósofo, sino la irreal realidad de los hombres persseguidos en la historia cotidiana del mundo, cuya dignidad y sentido la metafísica no ha retenido jamás y sobre la cual los filósofos se tapan la cara.

A partir de la responsabilidad que, apelando siempre al afuera, desarregla precisamente esta interioridad; es necesario pensar el hombre a partir de sí que se pone a pesar suyo en el lugar de todo, sustituto de todos por su misma no-tercambiabilidad; es necesario pensar el hombre a partir de la condición o de la incondición de rehén (de rehén de todos los otros, que precisamente otros, no pertenencen al mismo género que yo, porque soy responsable de ellos, sin respaldarmen en su responsabilidad frente a mí que les permitiría sustituirme, porque aun de sus responsabilidades soy, a fin de cuentas, y primariamente, responsable.

LEVINAS

Levinas TOTALIDAD E INFINITO, mano, trabajo

El modo de acceso a la oscuridad insondable de la materia no es la idea de lo Infinito, sino TRABAJO. La posesión se realiza por la toma de posesión o el trabajo que es el destino propio de la MANO.

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La mano es el órgano de aprehensión y toma, aprehensión primera y a tientas en la incertidumbre: relaciona conmigo, mis fines egoístas, las cosas arrancadas al elemento que, sin comienzo ni fin, baña y nutre al ser separado.

Pero la mano que relaciona lo elemental con la finalidad de las necesidades, sólo constituye las cosas al separar la aprehensión del gozo inmediato, al depositarlas en la morada, al conferirles la categoría del tener. El trabajo es la energía misma de la adquisición.

La mano lleva a cabo su función propia con anterioridad a toda planificación, a toda proyección de proyecto, a toda finalidad que la conduciría fuera de su casa. El movimiento de la mano, rigurosamente económico, de toma y de adquisición, es disimulado por las huellas y los desechos que esta adquisción deja en su movimiento de retorno hacia la ineterioridad de la casa.

En el gozo el yo no asume. De entrada vive... La posesión del gozo se confunde con el gozo. Ninguna actividad precede a la sensibilidad. Pero, como contrapartida, poseer al gozar es también ser poseído y entregado al abismo insondable, es decir, al inquietante porvenir del elemento.

La aprehensión de lo indefinido por el trabajo no se parece a la idea de lo Infinito. El trabajo define la materia sin recurrir a la idea de lo Infinito... El poder de la mano que toma, o que arranca o que tritura, o que amasa, relaciona el elemento con un fin, es decir, con un objetivo, objetivo de la necesidad y no con un infinito con respecto al cual se definiría la cosa.

Una insondable profundidad que el gozo sospechaba en el elemento, se somete al trabajo que domina el porvenir y apacigua el susurro anónimo del HAY, el barullo incontrolable de lo elemental, que inquieta aun el seno mismo del gozo.

Esta oscuridad insondable de la materia se hace presenta al trabajo como resistencia, no como cara a cara.

No como idea de la resistencia, como una resistencia que se anuncia en una idea o que se anuncia absoluta como un rostro, sino como ya en contacto con la mano que la doblega y como virtualmente vencida.

Emmanuel Levinas
TOTALIDAD E INFINITO
Ed. Sígueme 2006

Levinas TOTALIDAD E INFINITO, otro, justicia

(MÁS ALLÁ DE LA IDEA DE OTRO, ES JUSTICIA) La filosofía se identifica con la sustitución de las personas por las ideas, del interlocutor por el tema, de la exterioridad de la interpelación por la interioridad de la relación lógica. Los entes remiten al NEUTRO de la idea, del ser, del concepto.

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Por escapar  a los arbitrario de la libertad, a su desaparición en lo NEUTRO, hemos abordado el YO como ateo y creado (libre, pero capaz de ascender más acá de su condición) ante el OTRO que no se abandona a la "tematización" o a la "conceptualización".

Querere escapar a la disolución en el NEUTRO, plantear el saber com un recibimiento del OTRO, no es una piadosa tentativa de mantener el espiritualismo de un DIOS personal, sino la condición del lenguaje sin la cual el discurso filosófico mismo no es más que un acto truncado, pretexto para un psicoanálisis o un filosofía o una sociología ininterrumpidas en las que la apariencia de un discurso se desvanece en el TODO.

Hablar supone una posibilidad de romper y de comenzar.

La esencia de la razón no consiste en asegurar al hombre un fundamento y poderes, sino en cuestionarlo y en invitarlo a la justicia.

El milagro de la creación consiste en crear un ser moral. Y esto supone precisamente el ateísmo, pero, a la vez más allá del ateísmo, la vergüenza por lo arbitrario de la libertad que le constituye.

Nos oponemos, pues, radicalmente también a Heidegger, que subordina la relación con el OTRO a la ONTOLOGÍA, en lugar de ver en la justicia y la injusticia un acceso original al OTRO, más allá de toda ONTOLOGÍA.

El OTRO no nos afecta como aquel que es necesario sobrepasar, englobar, dominar, sino en tanto que otro, independiente de nosotros: detrás de toda relación que pudiéramos mantener con él, que surge nuevamente absoluto.

Es la manera de recibir de un ente absoluto que descubrimos en la JUSTICIA y la injusticia y que efectúa el discurso, esencialmente enseñanza.

Emmanuel Levinas
TOTALIDAD E INFINITO
Ed. Sígueme 2006
(págs. 110-112)

Emmanuel Levinas La Huella del Otro

La epifanía del Otro (Autri) comporta una significancia propia independiente de esta significación recibida del mundo. El Otro no nos viene solamente a partir del contexto sino, sin mediación, él significa por sí mismo. Su significación cultural, que se revela y que, de alguna manera, revela horizontalmente, que se revela a partir del mundo histórico al que pertenece y que revela, según la expresión fenomenológica, los horizontes de este mundo, esta significación mundana viene a ser perturbada y atropellada por otra presencia, abstracta y no integrada al mundo. Su presencia consiste en venir hacia nosotros, en abrir una entrada. Lo que puede ser formulado en estos términos: ese fenómeno que es la aparición del Otro es también rostro,

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El Otro que se manifiesta en el rostro horada de alguna manera su propia esencia plástica, como un ser que abre la ventana en la cual, sin embargo, se delinea su figura. Su presencia consiste en el desvestirse de la forma que no obstante lo manifiesta. Su manifestación excede la inevitable parálisis de la manifestación. Es
esto lo que expresa la fórmula el rostro habla. La manifestación del rostro es el primer discurso. Hablar es antes que nada este modo de venir desde atrás de la propia apariencia, desde atrás de su forma, una apertura en la apertura.

Despojado de su forma misma, el rostro se estremece en su desnudez. Él es una miseria. La desnudez del rostro es indigencia y ya suplica en esa rectitud que apunta hacia mí. Pero esta súplica es una exigencia. En el rostro la humildad se une a la altura. Y aquí se anuncia la dimensión ética de la visitación. Mientras que la verdadera representación permanece como posibilidad de apariencia, mientras que el mundo que obstaculiza el pensamiento no puede nada en contra del pensamiento libre que, en su interior, puede siempre rehusarse, refugiarse en sí, permanecer efectivamente como libre pensamiento frente a lo verdadero y existir "por primera vez" como origen de aquello que recibe, dominar con la memoria aquello que lo precede, mientras el pensamiento libre sigue siendo "lo Mismo", el rostro se me impone, en cambio, sin que yo pueda ser sordo a su llamado, ni olvidado; es decir, sin que yo pueda dejar de ser considerado responsable de su miseria. La conciencia
pierde el primer lugar.

La presencia del rostro significa, así, una orden irrefutable — un mandamiento — que detiene la disponibilidad de la conciencia. La conciencia es puesta en cuestión por el rostro. La puesta en cuestión no se reduce a tomar conciencia de esta puesta en cuestión. Lo absolutamente otro no se refleja en la conciencia. Se le resiste al punto en que incluso su resistencia no se convierte en contenido de conciencia. La visitación consiste en perturbar el egoísmo mismo del Yo; el rostro desarma la intencionalidad que lo observa. Se trata de la puesta en cuestión de la conciencia y no de una conciencia de la puesta en cuestión. El Yo pierde su soberana coincidencia consigo mismo, su identificación en la que la conciencia retorna triunfalmente a sí para descansar sobre ella misma. Frente a la exigencia del Otro [Autrui[ , el Yo es expulsado de este reposo y no es la conciencia, que ya se vanagloria, de este exilio. De hecho, todo tipo de complacencia destruiría la rectitud del movimiento ético.

Pero la puesta en cuestión de esta libertad, salvaje e ingenua, segura de poder refugiarse en sí, no se reduce a este movimiento negativo. La puesta en cuestión de sí es, precisamente, la acogida de lo absolutamente otro.

Descubrir al Yo en tal orientación es identificar el Yo con la moralidad. El Yo frente al Otro  es infinitamente responsable. El Otro que provoca este movimiento ético en la conciencia y que desajusta la buena conciencia de la auto-coincidencia de lo Mismo .


Emmanuel Levinas
La Huella del Otro