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martes, 21 de mayo de 2019

Mirada y Rostro, en Sartre y Levinas

Esto nos parece lo esencial: si en Sartre se denomina RÉGARD (Mirada) al poder del Otro para anular mi "pour-soi" (o al Poder con el que yo busco anular la trascendencia del Otro), en Lévinas se denomina VISAGE (Rostro) al poder de resistencia de la trascendencia e infinito del otro para oponerse a mi poder.


Aunque la primera impresión, tras este acercamiento a las posiciones de los autores, sea la de que la distancia que los separa es abismal, la realidad es que guardan un aspecto en común que nos permitirá llevar a cabo nuestro objetivo: ambos autores otorgan, como podemos comprobar, una gran importancia a la presencia del Otro, a la altura de su poder, relevancia y trascendencia.

La diferencia radica, como señalábamos antes, en la percepción que tienen los dos autores de ese Otro. Hay una persecución del yo por parte del Otro en Sartre y una obsesión del Otro por parte del Mismo en Lévinas: parece como si ni en Sartre ni en Lévinas pudiera "quitarme al Otro de encima", lo que ya vendría a anunciar una predominancia, una primordialidad de la presencia del Otro, de su mirada o de su apelación a mí: como si siempre le llevara conmigo, en lo más interior de mí, de modo que si se me desentrañase, con seguridad aparecerían los Otros, mis Otros ... -pero también "el Otro" desconocido, lejano, el que aún no ha venido.

En el caso de Sartre, la persecución es amenazante, vigilante, acechante, mientras que en el caso de Lévinas, el Otro apela al Yo bajo la figura de la responsabilidad.


Debe precisarse, como ya anunciábamos, que mientras que el "pour-soi" sartreano parece poder ser más intercambiable, sin embargo, en Lévinas el Rostro es un privilegio (ético) del Otro, de modo que a la pregunta de si el Otro sartreano también es "pour-soi" podría responderse fácilmente que sí, mientras que a la pregunta de si también yo soy un Rostro la respuesta sería más comprometida en Lévinas. Es más, Lévinas parece no contar con ello.

El Rostro es una noción ética, es un derecho del Otro que no me corresponde a mí esgrimir o enarbolar -¡aunque un tercero sí podría hacerlo por mí, en mi lugar!. O mejor dicho, que no me corresponde a mí reivindicar para mí.

El Rostro es un "dispositivo" ético (aunque hablar en estos términos quizá no complaciese a Lévinas) a favor del Otro, porque yo "le veo" y "escucho" el Rostro al Otro, mientras que no es ése el caso, como si yo pudiera revindicar que ¡Yo (también) soy un Rostro!

La mirada como expresión del poder del Mismo es no sólo empobrecedora de la trascendencia del Otro, sino violentadora porque no logra adentrarse verdaderamente en el otro, por lo que se diría, si se me permite, que intenta forzar dicho adentramiento, casi violar al Otro que se nos presenta.

Aunque, bien visto, no se trata de "adentrarse" en el Otro, pues uno no puede "entrar" en el Otro, sino que más bien habríamos de decir que no deja al Otro ser por sí mismo o, como diría Lévinas, "kat' autó", ya que si el Otro es también sujeto y para-sí (como hemos ido anunciando), no puede ser captado como algo cerrado y abarcable por completo.

Ciertamente, tanto Sartre como Lévinas han llamado la atención acerca de la trascendencia del Otro, pero no cabe duda de que el gran pensador de dicha trascendencia (y de su reconocimiento por parte del Mismo) es Lévinas, que ha hecho de tales trascendencia y reconocimiento una experiencia ética.

Rostro y Mirada se contraponen porque el Rostro siempre desborda (es decir, es Rostro justamente en la medida en que desborda) la imagen que busca el Mismo, y con la que se conforma la Mirada: el Rostro es el secreto, el misterio o el enigma que escapa a toda mirada.

Por eso, según Lévinas, lo que define la humanidad del hombre es una impotencia, la impotencia del YO de no poder asumir por completo al OTRO.

Elisa Fernández Bascones
MIRADAS CRUZADAS
La alteridad en Sartre y Levinas
Ed. Fundación GORDION 2017
Observatorio de Religiones Comparadas
Colección Malamatiya


martes, 6 de marzo de 2018

Emmanuel Levinas La Huella del Otro

La epifanía del Otro (Autri) comporta una significancia propia independiente de esta significación recibida del mundo. El Otro no nos viene solamente a partir del contexto sino, sin mediación, él significa por sí mismo. Su significación cultural, que se revela y que, de alguna manera, revela horizontalmente, que se revela a partir del mundo histórico al que pertenece y que revela, según la expresión fenomenológica, los horizontes de este mundo, esta significación mundana viene a ser perturbada y atropellada por otra presencia, abstracta y no integrada al mundo. Su presencia consiste en venir hacia nosotros, en abrir una entrada. Lo que puede ser formulado en estos términos: ese fenómeno que es la aparición del Otro es también rostro,

Foto animada

El Otro que se manifiesta en el rostro horada de alguna manera su propia esencia plástica, como un ser que abre la ventana en la cual, sin embargo, se delinea su figura. Su presencia consiste en el desvestirse de la forma que no obstante lo manifiesta. Su manifestación excede la inevitable parálisis de la manifestación. Es
esto lo que expresa la fórmula el rostro habla. La manifestación del rostro es el primer discurso. Hablar es antes que nada este modo de venir desde atrás de la propia apariencia, desde atrás de su forma, una apertura en la apertura.

Despojado de su forma misma, el rostro se estremece en su desnudez. Él es una miseria. La desnudez del rostro es indigencia y ya suplica en esa rectitud que apunta hacia mí. Pero esta súplica es una exigencia. En el rostro la humildad se une a la altura. Y aquí se anuncia la dimensión ética de la visitación. Mientras que la verdadera representación permanece como posibilidad de apariencia, mientras que el mundo que obstaculiza el pensamiento no puede nada en contra del pensamiento libre que, en su interior, puede siempre rehusarse, refugiarse en sí, permanecer efectivamente como libre pensamiento frente a lo verdadero y existir "por primera vez" como origen de aquello que recibe, dominar con la memoria aquello que lo precede, mientras el pensamiento libre sigue siendo "lo Mismo", el rostro se me impone, en cambio, sin que yo pueda ser sordo a su llamado, ni olvidado; es decir, sin que yo pueda dejar de ser considerado responsable de su miseria. La conciencia
pierde el primer lugar.

La presencia del rostro significa, así, una orden irrefutable — un mandamiento — que detiene la disponibilidad de la conciencia. La conciencia es puesta en cuestión por el rostro. La puesta en cuestión no se reduce a tomar conciencia de esta puesta en cuestión. Lo absolutamente otro no se refleja en la conciencia. Se le resiste al punto en que incluso su resistencia no se convierte en contenido de conciencia. La visitación consiste en perturbar el egoísmo mismo del Yo; el rostro desarma la intencionalidad que lo observa. Se trata de la puesta en cuestión de la conciencia y no de una conciencia de la puesta en cuestión. El Yo pierde su soberana coincidencia consigo mismo, su identificación en la que la conciencia retorna triunfalmente a sí para descansar sobre ella misma. Frente a la exigencia del Otro [Autrui[ , el Yo es expulsado de este reposo y no es la conciencia, que ya se vanagloria, de este exilio. De hecho, todo tipo de complacencia destruiría la rectitud del movimiento ético.

Pero la puesta en cuestión de esta libertad, salvaje e ingenua, segura de poder refugiarse en sí, no se reduce a este movimiento negativo. La puesta en cuestión de sí es, precisamente, la acogida de lo absolutamente otro.

Descubrir al Yo en tal orientación es identificar el Yo con la moralidad. El Yo frente al Otro  es infinitamente responsable. El Otro que provoca este movimiento ético en la conciencia y que desajusta la buena conciencia de la auto-coincidencia de lo Mismo .


Emmanuel Levinas
La Huella del Otro