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sábado, 6 de febrero de 2021

Blanchot-Critchley, desastre-il y a, finitud y escritura

(¿Una escena primitiva?) "Tú que vives después, cerca de un corazón que ya no late, supón, supón lo siguiente: el niño -tal vez tenga siete u ocho años- está de pie, dibujando en la cortina y mirando por la ventana. Lo que ve es el jardín, los árboles de invierno, el muro de la casa: mientras mira, de Ia forma en que lo hacen los niños, hacia su espacio de juego, se aburre y lentamente mira hacia arriba, al cielo normal y corriente, con nubes, una luz gris, un día apagado y sin profundidad. Lo que ocurre a continuación es que el cielo, ese mismo cielo, se abre de repente, absolutamente negro, y revela (como a través de una ventana rota) una ausencia tal que hace que todo se haya perdido desde siempre y para siempre, basta el punto de que se afirrna y se disipa el vertiginoso conocimiento de que nada hay de lo que hay y por encima nada más allá. Lo inesperado de esta escena (su rasgo interminable) es el sentimiento de felicidad que inmediatamente abruma al niño, una euforia de la que sólo pueden dar testimonio con lágrimas. Ello piensan que el niño está triste, tratan de consolarlo. Él no dice nada. A partir de ahora vivirá con el secreto. No volverá a llorar." (Blanchot Escritura del desastre).


En este pasaje, un niño de siete u ocho años -¿un niño o una niña? Cixous argumenta que lo primero, y sitúa la masculinidad del chico y su consiguiente relación con la ley del falo en el centro de su lectura- está mirando por la ventana hacia el escenario familiar de su espacio de juegos, pero cuando su mirada se desliza hacia arriba se enfrenta de repente con la inmensidad y la absoluta negrura del cielo, con la vertiginosa conciencia de una ausencia total, a saber, de que ,<rien es cequ'il y a, et d'abord rien au-delá".

En su oblicuo comentario a "Une scéne primitive", que aparece unas sesenta páginas más adelante en La escritura del desastre, y que parece un texto escrito por otra persona, Blanchot escribe: "Por mi parte, escucho la irrevocabilidad del "il y a" en la proyección del ser y de la nada como una gran ola, que se pliega y se despliega y desaparece al ritmo de un susurro anónimo."

El vínculo entre el il y a y la escena primordial de la infancia queda apuntado ya en el Prefacio de 1978 a "De la existencia al existente", donde Levinas observa que el "il y a" se remonta a una de aquellas extrañas obsesiones que uno conserva desde la infancia y que reaparece en el insomnio, cuando resuena el silencio y los espacios vacíos están cargados> (DEE 11)

La tesis de Blanchot es que el horror insomne que define la experiencia de la escritura es un vago recuerdo de esta escena primordial de la infancia, un vago recuerdo de la experiencia de encontrarnos solos por la noche en nuestra cuna, asustados ante la oscuridad llena de murmullos, sufriendo la agonía de la separación, lo que Levinas llama "le remue-ménage de l'étre" (el trajín del ser). La escena primordial del "il y a" es la experiencia del desastre, de la noche sin estrellas, de la noche que no es el cielo estrellado que configura la Ley Moral, sino la ausencia, la negrura y la pura energía de la noche que está más allá de la Ley.

En la parábola de Blanchot, lo inesperado es el sentimiento de felicidad del niño, la alegría que viene después de la revelación o del "il y a", del vertiginoso reconocimiento de la finitud.

Podemos asociar este "sentiment de bonheur" a otra escena primordial recientemente revelada, a saber, la que se describe en el sugerenre y escueto texto de Blanchot en 1994, EI instante de mi muerte, donde el protagonista de esta narración aparentemente autobiográfica y confesional describe "un sentiment de légèreté extraordinaire, une sorte de béatitude" experimentado un momento antes de ser ejecutado por unos soldados a los que cre aleman (y resultan ser rusos). El protagonista describe ese sentimiento como la felicidad de no ser inmortal, ni eterno", el vertiginoso reconocimiento de la finitud que se abre a "un sentimiento de compasión por la humanidad sufriente"

Mi tesis es que el "il y a" -ese vertiginoso reconocimiento de la finitud- es el secreto de la obra de Blanchot. Escribir es aprender a vivir ese secreto. La literatura es la vida de este secreto, un secreto que debe ser y no puede ser contado. El secreto no puede ser revelado, si ha de seguir siendo secreto; es decir, la literatura no puede ser reducida al reino de lo público, a la luz diurna de la publicidad y la politización, lo que no significa que la literatura sea reductible al reino de lo privado. Más bien la literatura es esencialmente heterogénea respecto al reino de lo público, esencialmente secreta, lo cual supone paradojicamente que ela condición despolitizadora de toda politización, la precondición de cualquier espacio político basado en el vertiginoso reconocimiento de la finitud, un espacio que permanece siempre abierto y, me atrevo a añadir, democrático.

Simon Critchley
Muy poco... casi nada
Muerte, filosofía y literatura
Ed. Marbot 2007

martes, 6 de marzo de 2018

Critchley, Blanchot, muerte, desastre, nada

La representación de la muerte es siempre una máscara - un memento mori - tras la cual no hay nada, un poco como el rostro de Tadzio que se le aparece a Von Aschenbach cuando muere en la playa al final de la Muerte en Venecia de Mann.

La muerte es radicalmente resistente al orden de la representación. Las representaciones de la muerte son falsas representaciones, o más bien representaciones de una ausencia.

La paradoja que se sitúa en el centro de la representación de la muerte encuentra la mejor expresión en la figura de la prosopopeya, el tropo según el cual una persona ausente o imaginaria es presentada como si hablara o actuara, una forma que indica una presencia fallida, un rostro que se esconde detrás de la forma que lo presenta.

Lo que me sugiere esta figura compuesta, este espectro, es la radical inaprehensibilidad de la finitud, nuestra incapacidad de aprehender la muerte y convertirla en una obra y poner esta obra en la base de la afirmación de la vida.

(Simon Critchley, MUY POCO... CASI NADA, Ed. Marbot, 2007)

Foto animada

En la caverna de Platón no ha palabra para significar la muerte, ni sueño o imagen para hacer que se presienta su imposibilidad de ser representada. La muerte está ahí de más, en el olvido, sobreviniendo desde fuera por boca del filósofo como aquello que lo reduce previamente al silencio o a fin de perderlo en la irrisión de una apariencia de inmortalidad, perpetuación de sombra.

Pensar como morir excluye el "como" del pensamiento, de modo que, aunque lo suprimamos por simplificación paratáctica, escribiendo pensar: morir, aquel constitiye un enigma incluso en su ausencia, espacio casi infranqueable, la no - relación de pensar y de morir es asismismo la forma de su propias relaciones, no porque pensar se dirija hacia morir, dirigiéndose hacia lo que es distinto de él, ni tampoco hacia lo que es lo mismo. Ahí donde "como" toma su impulso: ni otro distinto ni el mismo.

El sufrimiento sufre por ser inocente - de ese modo trata de tornarse culpable para aligerarse. Pero la pasividad en él se zafa de toda culpa: pasividad fuera de quiebra, sufrimiento intacto del pensamiento de la salvación.

Morir es, hablando de modo absoluto, la inminencia incesante mediante la cual no obstante la vida perdura deseando. Inminencia de aquello que ya siempre ha pasado, ocurrido.

(Maurice Blanchot, LA ESCRITURA DEL DESASTRE, Ed. Trotta 2015)