La representación de la muerte es siempre una máscara - un memento mori - tras la cual no hay nada, un poco como el rostro de Tadzio que se le aparece a Von Aschenbach cuando muere en la playa al final de la Muerte en Venecia de Mann.
La muerte es radicalmente resistente al orden de la representación. Las representaciones de la muerte son falsas representaciones, o más bien representaciones de una ausencia.
La paradoja que se sitúa en el centro de la representación de la muerte encuentra la mejor expresión en la figura de la prosopopeya, el tropo según el cual una persona ausente o imaginaria es presentada como si hablara o actuara, una forma que indica una presencia fallida, un rostro que se esconde detrás de la forma que lo presenta.
Lo que me sugiere esta figura compuesta, este espectro, es la radical inaprehensibilidad de la finitud, nuestra incapacidad de aprehender la muerte y convertirla en una obra y poner esta obra en la base de la afirmación de la vida.
(Simon Critchley, MUY POCO... CASI NADA, Ed. Marbot, 2007)
En la caverna de Platón no ha palabra para significar la muerte, ni sueño o imagen para hacer que se presienta su imposibilidad de ser representada. La muerte está ahí de más, en el olvido, sobreviniendo desde fuera por boca del filósofo como aquello que lo reduce previamente al silencio o a fin de perderlo en la irrisión de una apariencia de inmortalidad, perpetuación de sombra.
Pensar como morir excluye el "como" del pensamiento, de modo que, aunque lo suprimamos por simplificación paratáctica, escribiendo pensar: morir, aquel constitiye un enigma incluso en su ausencia, espacio casi infranqueable, la no - relación de pensar y de morir es asismismo la forma de su propias relaciones, no porque pensar se dirija hacia morir, dirigiéndose hacia lo que es distinto de él, ni tampoco hacia lo que es lo mismo. Ahí donde "como" toma su impulso: ni otro distinto ni el mismo.
El sufrimiento sufre por ser inocente - de ese modo trata de tornarse culpable para aligerarse. Pero la pasividad en él se zafa de toda culpa: pasividad fuera de quiebra, sufrimiento intacto del pensamiento de la salvación.
Morir es, hablando de modo absoluto, la inminencia incesante mediante la cual no obstante la vida perdura deseando. Inminencia de aquello que ya siempre ha pasado, ocurrido.
(Maurice Blanchot, LA ESCRITURA DEL DESASTRE, Ed. Trotta 2015)
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