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sábado, 18 de enero de 2020

BLANCHOT-LEVINAS (ACOGER LA ALTERIDAD: DEBER ANTES QUE SER, DESEO DE LO EXTRAÑO E INACCESIBLE, NO APROPIACIÓN)

La relación con lo desconocido, dirá el dialogante, es una ausencia de relación. Ni mantenerse dentro de las fronteras del yo, ni, en el arrebato, fundirse en lo Otro.

La filosofía bordea esos extremos. Ni la comprensión, ni el éxtasis. En la primera, lo mismo reduce y a-simila a lo otro; en el segundo, lo otro devora y a-simila a lo mismo.

Ahora bien, ¿cómo hacer que lo oscuro permaneza en su propia oscuridad? La filosofia se engaña si sólo se imagina  a sí misma como un esfuerzo por comprender y hacer comprender. La comprensión es conquista, violencia apropiadora, dominio de lo otro en el diurno resplandor de lo mismo.

Si no debemos desesperar de la filosofía, que predominantemente ha sido en la historia de Occidente un pensamiento de la ocupación ( de lo otro), es porque ella también puede acoger aquella alteridad -y esa extraña hospitalidad representa otro arranque y otro (sobre)salto para la filosofía misma.

Acoger lo Otro. ¿De qué manera? «El Otro», indica el dialogante, «es lo totalmente Otro; lo otro es lo que me supera absolutamente; la relación con lo otro que es el otro es una relación trascendente, lo que quiere decir que hay una distancia infinita y, en cierto sentido, infranqueable entre yo y lo otro que pertenece a la otra orilla, que no tiene ni puede tener patria común conmigo, de ningún modo alinearse en un mismo concepto, en un mismo conjunto, constituir un todo o hacer número con el individuo que soy». Pero, si la filosofía es voluntad de inmanencia, ¿cómo alojar en ella esta inconmensurabilidad, esta heterogeneidad exterior a todo concepto? ¿ Cómo hacerlo sin por ello abandonar el horizonte mismo de la filosofía?

Alojar lo Extranjero. Pero un extranjero que no es este o aquél desconocido habitante de un país desconocido. Lo extraño, lo incógnito lo misterioso, lo otro, lo distante, lo extranjero, lo siniestro, lo errante, palabras que en vano apuntan a aquello que se desvía de nuestro horizonte de visibilidad -y de invisibilidad.

La filosofía podría pensar (y comprender) no lo -infinitamente- separado, sino pensarse a sí misma en el ámbito de esta separación. Ahora bien, alojar lo Otro es posible: la obra de Emmanuel Levinas es, por cierto, el máximo monumento de esa posibilidad y de esa exigencia.
Pensar lo infinito ... es como pensar «más de lo que se piensa». Blanchot da nombre a ese exceso, a esa inconmensurabilidad entre lo finito (del pensamiento) y lo infinito (del ser), echando mano de una palabra antigua: deseo.

Pero un deseo que no tiene nada que ver ni con la necesidad (la falta que espera ser satisfecha) ni con el amor (que busca la unión); es un deseo «de lo que no nos hace falta, de lo que no puede satisfacerse, Y tampoco desea juntarse con lo deseado»: un deseo «de lo que debe quedarle inaccesible, y extraño -deseo de lo otro como otro, deseo austero, desinteresado, sin satisfacción, sin nostalgia ni comprensión».

Un deseo que -por cuanto no es en absoluto nostalgia de una presunta unidad perdida -es el reverso del Eros platónico.
Lo Otro es Dios, pero en tanto Desconocido. Lo otro es LO MÁS ALTO... mas no porque sea todopoderososo, sino porque en ello cesa mi poder. Blanchot no oculta su simpatía por esta dislocación de la filosofía -en cuanto metafísica- por la relación ética.

El otro no es (diabólica) potencia, sino (angelical) indefensión. ¿Podría existir algo más alto que el respeto a la existencia del otro?

El deber se antepone de ese modo al ser (y al conocer). Porque la relación con lo otro no puede ser simétrica -no hay diálogo posible con ello. Lo Mas Alto es lo Más Bajo. Lo esencial es que el otro no es otro «yo mismo». Lo Otro no es una (otra) subjetividad. Su relación con el ego es de pura exterioridad: no admite ni nombre ni le conviene ningún concepto.

«A menos», dirá el dialogante, «que, precisamente, sea necesario entender que la relación de hombre a hombre es tal que el concepto de hombre, la idea de hombre como concepto (aunque fuese dialéctico), no podría dar cuenta de ella».
La pregunta por lo Otro no se resuelve si no descubre el centro del lenguaje. Un centro que es un desvío, una dislocación: se aparta de la polaridad visible/invisible. Hablar no es ver, dice Blanchot. Por el lenguaje salimos del horizonte de la claridad y de la oscuridad: de lo velado y lo re-velado, de lo cubierto y lo des-cubierto. Es extraño, pero por el lenguaje salimos del horizonte de la filosofía ... al menos de aquella que subordina la justicia a la verdad.

Pero esta inversión de la ontología por la ética no deja de espantar. La proximidad de Blanchot respecto de Levinas tiene un límite. La interrogación acerca de lo Otro es una filosofía que representa el límite mismo de la filosofía, su fin, allí donde comienzan a gravitar otras preguntas. Pero en Levinas estas preguntas ya han sido respondidas. La filosofía no se abre a su desconocido sino allí donde encuentra algo -¿de sobra?- conocido: la escatología profética, es decir, «la afirmación de un poder de juzgar capaz de arrancar a los hombres de la jurisdicción de la historia».

Quizá no debería temerse la conmoción que este desplazamiento puede suscitar en el pensamiento. «Temo la conmoción», explica, empero, el dialogante, «cuando la provoca algún lnconmovible».


SERGIO ESPINOSA
EL ENIGMA DIURNO
La escritura neutra de Maurice Blanchot
Arena Libros 2019


sábado, 25 de mayo de 2019

Levinas, deseo del otro como sentido en el ser

La relación con el otro me cuestiona, me vacía de mí mismo y no cesa de vaciarme al descubrirme recursos siempre nuevos. No me sabía tan rico, pero no tengo el derecho de guardarme nada.

¿El deseo de otro es un apetito o una generosidad? Lo deseable no llena mi deseo, sino que lo ahonda, nutriéndome, de alguna manera, de nuevas hambres.

El deseo se revela como bondad.

Hay en CRIMEN Y CASTIGO de Dostoievski una escena donde, refiriéndose a Sonia Marmeladova que mira a Raskolnikov en su desesperación, Dostoievski habla de "insaciable compasión".

No dice "inagotable compasión". Como si la compasión que va de  Sonia a Raskolnikov fuera un hambre nutrida por la presencia de Raskolnikov más allá de toda saturación, presencia que acrecentara esta hambre al infinito.

El deseo del otro que vivimos en la más trivial experiencia social es el movimiento fundamental, la pura trasportación, la orientación absoluta, el sentido.

La filosofía contemporánea insiste, en todo su análisis del lenguaje ciertamente con razon, en su estructura hermenéutica y en el empeño cultural del ser encarnado que se expresa.

¿No se ha olvidado acaso una tercera dimensión: la dirección hacia el otro que no es solamente el colaborador o el vecino de nuestra obra cultural de expresión o el cliente de nuestra producción artística, sino el INTERLOCUTOR: aquel a quien la expresión expresa, para quien la celebración celebra, aquel que es, a la vez, término de una orientación y significación primera?

El otro que me da la cara no está incluido en la totalidad del ser expresado. Reaparece desde el fondo de toda reunión del ser, como aquel a quien expreso lo que expreso.

Me vuelvo a encontrar así frente al otro.

Otro que no es ninguna significación cultural, ni un simple dato.

Primordialmente es SENTIDO porque se lo presta la expresión misma, porque sólo por él un fenómeno como el de la significación se introduce, por su propia cuenta en el ser.

El análisis del deseo, que perfila un sentido en el ser, y que nos importaba en primer lugar distinguir de la necesidad, alcanzará mayor rigor con el análisis de la alteridad hacia la cual el deseo se dirige.

Emmanuel Levinas
HUMANISMO DEL OTRO HOMBRE
Ed. Siglo XXI, 1974
págs. 55-57